

Hay un bloc de notas: puerto, sucesos, regalos de Navidad que no he comprado. Están las estrellas de papel que le compré a Ana y creía haberme dejado en casa, un móvil enloquecido que desde ayer me manda el mismo mensaje cinco veces....














Salimos para la zona de los lagos. La guía cuenta que una de las cosas más importantes de la ceremonia del té es la idea de que nunca es la misma. Puede ser el mismo lugar, pueden ser las mismas personas, pero el estado de ánimo, el tiempo y las personas mismas cambian de una vez para otra. Por eso hay que vivir cada ceremonia como si fuera única y dejar todo detrás cuando se entra en la habitación. La vida es así, por eso no hay que dejar las oportunidades. Es mejor equivocarse que pensar "qué habría ocurrido si ..."
Hemos seguido con el recorrido, muy de turistas japoneses, pero a mí me gustaba. Esto y los templos es lo único que llevo programado como excursión. El resto, ya veremos. Hemos subido al monte Komagatake en teleférico. La mayoría estaban cancelados por el viento, pero nuestra cabina era de las fuertes
Yo quería el barco pirata, pero en el lago me ha tocado el vapor del Mississipi. Tampoco está mal. Todo muy kitsch. Me he subido a la última cubierta. Me gustan los barcos y me gustan las alturas, menos en las norias. Manías. Tengo pocas pero importantes. Todo va a cámara lenta. El barco corta el agua despacio y la niebla recorta los árboles, parece que han perdido la cabeza
Se está bien sola, aunque no descarto la posibilidad de volver al lago con acompañantes de espíritu competitivo para echar carreras en los cisnes a pedales.







Así de contenta se ve a la gente por las calles de Takayama. Puede que en este caso influya el hecho de que el señor de la foto está celebrando la Fiesta del Sake, pero, por lo general, a todos se les ve bastante felices. Voy por partes.
He llegado hace unas horas a Takayama. Takayama, por lo que veo, muere por las noches. Mejor me acuesto pronto y aprovecho el día para ver el castillo y pasear por el barrio de los artesanos. Estoy molida en un hotel modernísimo en el que la mampara de la ducha es transparente y hace de cabecera de la cama.
Echaba de menos esto. No, las obras no. Echaba de menos asomarme a la ventana y ver la ciudad al fondo, la sensación de no tener nada que hacer salvo pensar a qué dedicar todo el día por delante y levantarme pensando en lo bien que lo he pasado la noche anterior. Sobre todo, echaba de menos a los amigos a los que, en el mejor de los casos, veo de año en año.
Mis contactos recientes con las artes plásticas me han hecho ver la luz. Antes pensaba que una obra de arte requería tiempo y conocimiento. Creía que una galería debía reunir ciertas condiciones de luz, espacio y criterio en la selección de las obras. Mi ignorancia nunca dejará de sorprenderme. Al fin he comprendido que un plástico pintarrajeado ondeando al viento es arte urbano, y que para ser galerista sólo necesito una subvención para alquilar un cuartucho en cualquier patio de vecinos.
Había cerrado el blog por enésima vez en una enésima crisis existencial y narrativa. Nada que contar, o, al menos, pocas ganas de hacerlo. Estaba totalmente decidida a no reabrirlo, pero vuelvo a estar motivada. Mi querido amigo Andrés ha ganado el premio Migraciones de la Junta de Andalucía. Ésa es la noticia que a estas alturas, y no gracias a él precisamente, todos conocen.
Luego me quejo de que no tengo tiempo para nada. Al final ha sido más fuerte que yo y también me he apuntado a clases de kung fu. Habrá quién diga, y estoy de acuerdo, que sería preferible que antes aprendiera a rodar en aikido en lugar de hacer el avestruz cuando voy al suelo. Estoy en ello. En cuanto mi brazo esté bien del todo, no pararé hasta que dejen de conocerme en los tatamis de toda la comarca como "El pequeño alud" y comiencen a llamarme "La pequeña bola de nieve que rueda por la montaña sin apenas tocar la ladera".
En días como hoy me apena que se pierdan las tradiciones. Echo en falta, por ejemplo, la sana costumbre de echar aceite hirviendo muralla abajo. No hablo de abrasar a nadie de forma indiscriminada, que no se me malinterprete. Hablo de medidas justificadas contra quienes agotan tu paciencia después de varios intentos de negociación fallidos.
Cuando era mucho más joven escuchaba a los que decían lo bueno que era todo en sus tiempos y pensaba que no me pasaría a mí. Me ha pasado y resulta que no está tan mal. La visión retrospectiva me hace reconocer unos síntomas que en su momento pasé por alto. Ahora los reconozco y los acepto, igual que un corte de pelo que al principio no te convence y al final te hace ver lo cómoda que estás sin largas sesiones de secador.
Sigo comprando discos, lo he dicho muchas veces. Crecí con la ilusión de quitarles el papel de celofán y escucharlos hasta que me los sabía de memoria. Ahora escribo mientras escucho Vaya Con Dios en Spotify, el equipo de música me queda fuera del alcance del ordenador, pero no es lo mismo. Los discos serán todo lo que tú quieras, pero no se paran de pronto entre canción y canción para endiñarte un anuncio en el que un coro de mujeres reprimidas por los clichés de la música publicitaria canta "libérate, libérateeeee...".
Hay más. A veces las prisas me hacen comer cosas cuya etiqueta me hace preguntarme si no habrán puesto en los ingredientes la composición del plástico por error. Es la necesidad. Donde me pongan la comida casera... De pronto me ha venido a la cabeza el hígado con tomate que hacía la madre de Carlitos y que Carlitos tenía la amabilidad de compartir. Eso, las compañías, y las fiestas en las que el Cristo amanecía con un chupito en la mano y un cigarro en la otra, eran lo único que se salvaba del piso de estudiantes más abominable que he visto jamás.
Hoy hacía una entrevista a las tantas de la noche y la conversación se prolongó más allá de la entrevista. Es mucho mejor media hora de conversación con un semidesconocido que tiene algo que decir que decenas de horas por facebook con alguien que enmudece cuando te tiene delante como si estuvieras de cuerpo presente. El facebook se queda, definitivamente, para los que están lejos o para ahorrarme los SMS que tanto me cansan.
Seguramente me compraré un e-book cuando quiera hacer un viaje largo sin dejarme los riñones en el intento, que bastante tiento ya a la suerte con mis caídas de aikido. Aun así, me sigue gustando mucho más la sensación de notar cómo me descuelga el libro de las manos cuando intento leer más allá del sueño. Como se me descuelgue el e-book, adiós, adiós.
Hay sensaciones que te abren una puerta. Una palabra te lleva a una canción, una canción a un libro, un libro a una foto, una foto a un gesto y un gesto a otro gesto directamente proporcional.
No sé, a mí esas cosas no me pasan con las cosas de la era digital. ¿Qué se le va a hacer?, soy un antigua.