miércoles, 22 de diciembre de 2010

Un universo colgado del hombro (II)



Dicen que los bolsos de las mujeres son un misterio. Cierto. Nunca acabo de tener claro lo que llevo en el mío y tiene cierta inclinación a volver más lleno de lo que se fue. Este tan 'fashion' me lo trajo mi madre de Canarias. A simple vista parece un bolso cualquiera. Un aspirante a telépata se apoyaría los dedos en las sienes y diría:"Mmmmmmm....Barra de labios, espejo, polvos compactos, pañuelos de papel, llaves, móvil...". ¡¡¡¡Meeeeeec!!! Sólo ha acertado en el móvil

A veces yo misma me quedo estupefacta al comprobar lo que puede caber en un bolso. Sé que ya he hablado del tema, pero es que un bolso es un universo que se despliega ante nuestros ojos con sólo abrir una cremallera.

Zip.

El destornillador lo eché esta mañana para ajustar un tornillo que andaba suelto en un lugar que frecuento. No me ha dado tiempo. La mañana, la tarde y la noche se han complicado más de lo que esperaba.

El disco de Spiritual Front lo llevaba para escucharlo en el coche y lo traigo de vuelta a casa porque me apetece escucharlo con auriculares y los pies secos.

Sí, llevo una bandeja de chorizo de pamplona, otra de jamón york cortado en lonchas ultrafinas y una bolsa de picos variados. Cosas del Aikido. Mi dojo no es como los demás. Allí se celebran los cumpleaños por todo lo alto y los senseis son telépatas que saben que hoy no has podido hacer la compra. A veces asustan.

No se ve, pero también había un regaliz que le compré a Conchita por si le entraba el antojo de pronto. Debe de estar a punto de fosilizarse.

Hay un bloc de notas: puerto, sucesos, regalos de Navidad que no he comprado. Están las estrellas de papel que le compré a Ana y creía haberme dejado en casa, un móvil enloquecido que desde ayer me manda el mismo mensaje cinco veces....

No, esto no tiene nada que ver con Japón. Pero hoy estaba aquí y me he dado cuenta de que un bolso es como un caleidoscopio en que ves todo un día en pedacitos.

A lo mejor sigo con Japón. No sé. Se va alejando y pierdo el impulso de contarlo desde este rincón. Me apetece más compartir los recuerdos que han echado raíces con los amigos mientras tomamos un té o unas tortitas de las que no caben en el plato.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Despertar en Hakone y flashback Nikko









13 de noviembre de 2010

He dormido a trozos, aunque no estoy cansada. Me desperté sobre las cuatro y tenía la sensación de haber dormido toda la noche, así que leí un rato e hice algunas fotos sobre la habitación. Con el yukata, a oscuras y la velocidad lenta de la cámara, mi imagen en el espejo parecía un fantasma de los de las películas de Mizoguchi. Me metí tanto en mi papel de espectro que paré porque yo misma empezaba a darme escalofríos. Volví al futón hasta las seis de la mañana. Al onsen de nuevo, desayuno y adiós a Hakone, Kutsume y sus trucos para contar en japonés.

Me da un poco de pena irme tan pronto . Nada me dice que lo que me queda por ver no vaya a ser igual o mejor. En cualquier caso, será nuevo. Ahora me doy cuenta de cuánto necesitaba romper la monotonía. No es la palabra. Mi vida no es monótona. Era la rutina lo que me estaba entumeciendo. Sin embargo, hay actos rutinarios que empiezan a echarse de menos.
Pensé que sólo era adicta a los vídeojuegos, pero resulta que estoy enganchada al Cola-cao y empiezo a manifestar los primeros síntomas de abstinencia. Busco sustitutos en las máquinas de 'vending'. Hasta el momento sólo he encontrado una especie de batido caliente en lata que sabe a agua con chocolate en polvo
Flashback: Nikko

Empezó fatal. Había que cambiar varias veces de tren desde la estación de Shinyuku y casi al final me despisté. Llegué con el tiempo justo para visitar los templos. La chica del centro de información de Nikko me dijo que me bajara en el puente. Subí a un autobús conducido por el único japonés cabreado que me había encontrado hasta el momento. Cuando me di cuenta de que me había pasado el puente hacía rato toqué el timbre. El conductor cabreado frenó en seco y me bajé.
Miro a mi alrededor y compruebo que no me ha dejado en una parada, sino en mitad de un parque natural que parece más una selva que un parque. Hay una caseta de madera, pero está vacía. Me encojo de hombros: "Bueno, ya llegaré a algún sitio". El paisaje es increíble. Montañas y montañas bajo las nubes. No hay espacio para un haz de luz entre los árboles. Se escucha un río que no veo.

Miro a la carretera por si viene algún autobús. No hay un autobús. Sino un hombre caminando a cuatro patas. La idea de un hombre caminando a cuatro patas me resultaba menos extraña que lo que realmente era: un mono con mucho pelo y el rabo enroscado. Me quedé parada en actitud de "no estoy". Creo que es la misma postura en la que me quedaba de pequeña cuando mi padre me pillaba intentando trastear en los enchufes. Al minuto comprendí que, si se les deja tranquilos, los monos japoneses son mucho menos perjudiciales que algunos conductores de autobús.

Llegué hasta una parada. Los templos estaban cerrados, pero se podían ver desde fuera. Luego caminé hasta la estación. Vi chicas en kimono, bomberos alineados en un parque sin puerta en el garaje, setos que parecían cortados a escuadra y cartabón, y taxistas que salían despacio de sus casas para empezar el turno.
Compré un pastel típico de Nikko, hecho con harina de arroz y relleno con una pasta de fruta. Se deshacía en la boca.

A la vuelta estaba molida. Dormí en los trenes al más puro estilo autóctono, cayendo en un coma profundo y despertando en los cambios de paradas, como si me hubiese tragado un despertador.

Paré a cenar en un restaruante de los de barra antes de volver al hotel y caer redonda. Después, Takayama.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El ryokan





12 de noviembre de 2010 (noche)

Termina la excursión y salgo para el ryokan, en Hakone. No es uno de esos ryokan lujosos que salen en los reportajes de televisión. La entrada parece una cueva excavada en la montaña con un porche de madera. Dejo los zapatos en el casillero de la puerta y cojo una de las babuchas que esperan en hilera a los visitantes. Apenas hablan inglés, pero nos entendemos.

Habitación Bambú número tres. Corro la puerta y me quedo sin palabras. Una de las paredes es una gran ventana de cristal que da al cauce de un río cuyo nombre desconozco. No hago mucho por recordar los nombres. Nada más entrar he deseado tener sueño para dormirme escuchando el agua que corre. Le pregunto a Kutsume, la señora que me atiende, y me dice que el río se llama algo parecido a "hayaku" (rápido). El nombre perfecto. El agua corre hacia el mar como los niños que van a ver el océano por primera vez.

Me pongo el yukata. Abriga porque es de algodón. Me queda ancho y corto. Japón no está hecho para mis medidas, pero, aun así, es cómodo. Tanto quejarme de sentarme en seiza en las clases de aikido y ahora agradezco el entrenamiento porque aquí todo está a ras del suelo.

Los onsen sí están hechos a mi medida. Por fin el agua tan caliente como yo quiero. Me habría quedado toda la tarde. Colocas el cartel de "ocupado". Te quitas el yukata. Lo doblas. Te lavas y te metes en el agua. Todo es silencio. No piensas en nada. Quizá sólo he pensado en qué tipo de araña sería la que había en el techo.

Escribo mientras ceno. He perdido la cuenta de los platos. Kutsume me explica qué es cada cosa y cómo se prepara. Es como un cuadro. Me encanta la comida...Casi toda. No hace mucho tuve una mala experiencia con el sashimi y encima he descubierto que si no está cortado fino, no me entra. Por culpa del sashimi vivo uno de los episodios que, seguro, serán de los más bochornosos de la historia de mis viajes.

No quería ofender a nadie dejando en la bandeja lo que para ellos es un manjar. He visto un paquete de cleenex y he visto el cielo abierto. He cogido el plástico y he metido dentro los trozos que sabía inaceptables para mi estómago. Los he aplastado hasta hacer una pasta.

Vuelvo a la cena. Viene Kutsume a retirar la bandeja y se queda. Me da una clase magistral sobre cómo contar en japones con toallas, frutas, termos y todo lo que pilla a mano. Mai, dai, ko, hon,bon, pon...Así seguro que no se me olvida. Dice que aun siendo japonesa a veces le cuesta. Seguro que es para consolarme.

He esperado a la madrugada para ocultar el cuerpo del delito en la manga del yukata y tirar el contenido de la bolsita por el modernísimo inodoro.Antes hago una mini prueba para asegurarme de que el chisme traga bien. Sólo me faltaría atascar el onsen con un trozo de atún crudo. No quiero ni pensar en cómo me quedaría si, como consecuencia de una fontanería creativa, estando a remojo en agua caliente de pronto me saliera un trozo de atún crudo disparado desde la cañeria por la que entra el agua. Más de uno me retiraría la palabra si se enterase de esto, hay mucho fundamentalista nipón nacido en tierras occidentales.

En el avión leía un relato de un libro de Ishiguro que me prestó mi hermano. Un músico sin éxito y una famosa dedicada a vender exclusivas salían de excursión nocturna por un hotel con las caras vendadas después de una operación de estética. El músico acaba con la mano metida en un pavo relleno para recuperar un premio que previamente habían robado. Me reía más al pensar que esas cosas pasan, sobre todo por que les ocurren a otros.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Fuji San







12 de noviembre de 2010

Acabo de ver las hojas cayendo de los árboles cerca de la quinta estación del monte Fuji. Caen despacio, pero son de tantos colores entre el marrón, el rojo y el amarillo, que no da tiempo a contarlos. Voy en el autobús. Aunque sólo se escuchan las palabras de la guía y el motor, casi se oye el sonido de las hojas al quebrarse contra el suelo.

Aún no he podido ver la cima. Debe de estar nevado. No he caído. Tenía que haber quemado incienso en el templo shinto que había en la quinta estación para pedir sol durante unos segundos. No lo he hecho porque los adornos en forma de "M" sobre fondo rojo de la entrada me recordaban al logo de Mc Donalds y eso en un templo no inspira mucha confianza.

No he visto la cima, pero el monte se sentía. El viento helado me llevaba ladera abajo y me adormecía la nariz. Ha nevado un poco. No recordaba la sensación de tener copos de nieve enredados en el pelo. Echaba de menos el frío.

Me gustaría volver alguna vez en verano para llegar hasta la cima, sólo se puede subir en julio. Me cuesta entender lo que dice la guía, es un inglés extraño. Me parece entender que el primero en subir fue un japonés de muchísimos años que subió las cenizas de su padre. Lo mismo no dice nada de eso, pero sería una bonita historia. Es un bonito sitio para descansar, con estos árboles, las rocas de lava y el viento.

He mandado una postal de cumpleaños desde la quinta estación y he colocado algunos sellos con la silueta del monte en mi cuaderno. He probado el dulce de wasabi en una tienda y he comprado un paquete en una tienda para turistas. Seguro que me va bien en los ataques de hambre nocturnos en hoteles y riokanes.

No me lo creo. Ha salido el sol y he visto la cima en el camino al hotel en el que vamos a comer. La guía ha cantado una canción japonesa sobre el Fuji San cuando lo hemos visto a lo lejos. Aplausos merecidos. No he hecho fotos porque temía que se esfumara mientras encendía la cámara.

Un rato después llegamos a un hotel para comer. Nos ponen una bandeja dividida en cajitas con sushi de atún, pollo, todo tipo de verduras, un cuenco de arroz, sopa de miso y, por supuesto, té. En el hotel sí hago fotos. De lejos se veían las primeras nieves. No sé por qué esta fijación, quizá por Mishima.

Salimos para la zona de los lagos. La guía cuenta que una de las cosas más importantes de la ceremonia del té es la idea de que nunca es la misma. Puede ser el mismo lugar, pueden ser las mismas personas, pero el estado de ánimo, el tiempo y las personas mismas cambian de una vez para otra. Por eso hay que vivir cada ceremonia como si fuera única y dejar todo detrás cuando se entra en la habitación. La vida es así, por eso no hay que dejar las oportunidades. Es mejor equivocarse que pensar "qué habría ocurrido si ..."

Hemos seguido con el recorrido, muy de turistas japoneses, pero a mí me gustaba. Esto y los templos es lo único que llevo programado como excursión. El resto, ya veremos. Hemos subido al monte Komagatake en teleférico. La mayoría estaban cancelados por el viento, pero nuestra cabina era de las fuertes

Yo quería el barco pirata, pero en el lago me ha tocado el vapor del Mississipi. Tampoco está mal. Todo muy kitsch. Me he subido a la última cubierta. Me gustan los barcos y me gustan las alturas, menos en las norias. Manías. Tengo pocas pero importantes. Todo va a cámara lenta. El barco corta el agua despacio y la niebla recorta los árboles, parece que han perdido la cabeza

Se está bien sola, aunque no descarto la posibilidad de volver al lago con acompañantes de espíritu competitivo para echar carreras en los cisnes a pedales.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Primeras páginas: Tokio









11 de noviembre de 2010

Voy en el tren hasta Utsunomiya y allí cambiaré para llegar hasta Nikko para ver los templos. Es mi tercer día aquí y me alegra ver que muchas cosas son tal y cómo las esperaba. Me alegra aun más ver que muchas más tienen poco que ver con lo que había imaginado. Si la imaginación llegara a todos los rincones, viajar no tendría mucho sentido.
Es difícil imaginar un olor o una canción que nunca hemos escuchado. Puedes fantasear con quiénes te encontrarás con el camino, pero las reacciones de quienes finalmente te encuentras siempre te sorprenden. Casi todo es distinto. Los sabores que en España dicen japoneses nada tienen que ver con los de aquí. Los sonidos son menos estridentes que los que cabría esperar en una ciudad como Tokio.

Tokio es como una máquina que fluye en lugar de avanzar a un ritmo mecánico. Parece moverse por impulsos eléctricos siguiendo las indicaciones de los letreros de neón. Susana lo llama Matrix y tiene razón. Tal vez la ciudad se desvanecería si despertaran todos los que cabecean en los trenes, en los metros y en los bares que no parecen bares.

Me impresiona ver las luces, las pantallas gigantes y las pizarras cuyas letras de colores fingen parpadear en la noche gracias a un truco de iluminación. Sin embargo, es tan sólo una impresión breve a la que uno se acostumbra rápidamente. Hay otras impresiones más profundas.

Pasear por el parque del emperador ha sido como caminar hacia atrás. Piensas que tus pies están pisando el mismo suelo que los de otros que cambiaron un pedazo de historia. Entonces te das cuenta de que, a pesar del halo legendario que da a algunos lugares el paso del tiempo y la tendencia de la memoria colectiva a engrandecer el pasado, los que estuvieron allí también fueron humanos. Eso les hace más fascinantes.

Los templos de Tokio no me dejaron tanto esa sensación, pero visitarlos mereció la pena. Creo que formarán parte de los momentos que parecen leves cuando los vives y que después vuelven con fuerza multiplicada. Ahora voy a Nikko y estoy segura de que en algún momento tendré que contener la respiración.

Ahora sí


Estaba remoloneando. Me había propuesto contar por aquí mi viaje a Japón y al final me quedé dando vueltas por Facebook. Hoy hablaba con un compañero de aikido y me preguntaba qué tal por allí. Juan pregunta, Mati pregunta, JJ pregunta...Normal. Es una alegría estar rodeada de gente curiosa. Sin curiosidad estaríamos parados desde hace siglos. Hablaba con Pedro y recordé el cuaderno.
Me lo regaló mi madre hace no sé cuánto tiempo. Lo guardaba para una ocasión especial. La ocasión especial llegó. Lo metí en la mochila para tenerlo a mano. No empecé a escribir hasta que llevaba unos días en Japón. No hay orden ni concierto, y sentido, poco. Es más el viaje por dentro que por fuera. Son frases escritas a lo loco en trenes, autobuses, estaciones, ryokan y cafeterías, sobre todo Starbucks que, aunque nunca ha sido santo de mi devoción, se convirtió en una especie de puerta a lo que tenía lejos. Un capuccino caliente, una cookie de chocolate gigante y un descanso entre salidas y llegadas.
Poco antes de salir me preocupaba viajar sola. Ahora me alegro de haberlo hecho. Por un lado, la agencia (Occius, que lo bueno hay que decirlo) me preparó el viaje tal y como yo lo quería, con alguna sugerencia extra que acerté. El inglés, el poco japonés que sé, la intución y la amabilidad extrema de los japoneses hicieron que todo fuera rodado, incluso en los momentos de despiste.
Es una manera también de dar las gracias a Andrés, Carmina, José Antonio, Alberto Galán, Carlitos (que andaba por la India), Jota, Natalia, Mati, Paco Guerrero, Paco Carrasco, Fran,Tequila, Vanessa, Alberto Gallego, Conchita, Juan, Ana, Luis, Christian, el otro Carlitos, Javier, Estefanía, Jesús, Jose, Raquel, Vicen, el otro Jesús...Todos los que me han acompañado por correos y facebook. También es un agradecimiento a los desconectados virtuales, pero que me esperaban a la llegada con un kebab y un disco bajo el brazo. Sobre todo, gracias a mi familia (tito, también va por tí y el resto de las huestes cartageneras), que en lugar de decir "ay, no te vayas, ¿qué vas a hacer tú sola por Japón?", me llamó minutos antes de coger el tren para Madrid y decirme: "Chani, pásalo bien, nos hace tanta ilusión como si fuéramos contigo".
Ahí va, por capítulos.