Hay un bloc de notas: puerto, sucesos, regalos de Navidad que no he comprado. Están las estrellas de papel que le compré a Ana y creía haberme dejado en casa, un móvil enloquecido que desde ayer me manda el mismo mensaje cinco veces....
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Un universo colgado del hombro (II)
Hay un bloc de notas: puerto, sucesos, regalos de Navidad que no he comprado. Están las estrellas de papel que le compré a Ana y creía haberme dejado en casa, un móvil enloquecido que desde ayer me manda el mismo mensaje cinco veces....
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Despertar en Hakone y flashback Nikko
A la vuelta estaba molida. Dormí en los trenes al más puro estilo autóctono, cayendo en un coma profundo y despertando en los cambios de paradas, como si me hubiese tragado un despertador.
lunes, 6 de diciembre de 2010
El ryokan
Termina la excursión y salgo para el ryokan, en Hakone. No es uno de esos ryokan lujosos que salen en los reportajes de televisión. La entrada parece una cueva excavada en la montaña con un porche de madera. Dejo los zapatos en el casillero de la puerta y cojo una de las babuchas que esperan en hilera a los visitantes. Apenas hablan inglés, pero nos entendemos.
Habitación Bambú número tres. Corro la puerta y me quedo sin palabras. Una de las paredes es una gran ventana de cristal que da al cauce de un río cuyo nombre desconozco. No hago mucho por recordar los nombres. Nada más entrar he deseado tener sueño para dormirme escuchando el agua que corre. Le pregunto a Kutsume, la señora que me atiende, y me dice que el río se llama algo parecido a "hayaku" (rápido). El nombre perfecto. El agua corre hacia el mar como los niños que van a ver el océano por primera vez.
Me pongo el yukata. Abriga porque es de algodón. Me queda ancho y corto. Japón no está hecho para mis medidas, pero, aun así, es cómodo. Tanto quejarme de sentarme en seiza en las clases de aikido y ahora agradezco el entrenamiento porque aquí todo está a ras del suelo.
Los onsen sí están hechos a mi medida. Por fin el agua tan caliente como yo quiero. Me habría quedado toda la tarde. Colocas el cartel de "ocupado". Te quitas el yukata. Lo doblas. Te lavas y te metes en el agua. Todo es silencio. No piensas en nada. Quizá sólo he pensado en qué tipo de araña sería la que había en el techo.
Escribo mientras ceno. He perdido la cuenta de los platos. Kutsume me explica qué es cada cosa y cómo se prepara. Es como un cuadro. Me encanta la comida...Casi toda. No hace mucho tuve una mala experiencia con el sashimi y encima he descubierto que si no está cortado fino, no me entra. Por culpa del sashimi vivo uno de los episodios que, seguro, serán de los más bochornosos de la historia de mis viajes.
No quería ofender a nadie dejando en la bandeja lo que para ellos es un manjar. He visto un paquete de cleenex y he visto el cielo abierto. He cogido el plástico y he metido dentro los trozos que sabía inaceptables para mi estómago. Los he aplastado hasta hacer una pasta.
Vuelvo a la cena. Viene Kutsume a retirar la bandeja y se queda. Me da una clase magistral sobre cómo contar en japones con toallas, frutas, termos y todo lo que pilla a mano. Mai, dai, ko, hon,bon, pon...Así seguro que no se me olvida. Dice que aun siendo japonesa a veces le cuesta. Seguro que es para consolarme.
He esperado a la madrugada para ocultar el cuerpo del delito en la manga del yukata y tirar el contenido de la bolsita por el modernísimo inodoro.Antes hago una mini prueba para asegurarme de que el chisme traga bien. Sólo me faltaría atascar el onsen con un trozo de atún crudo. No quiero ni pensar en cómo me quedaría si, como consecuencia de una fontanería creativa, estando a remojo en agua caliente de pronto me saliera un trozo de atún crudo disparado desde la cañeria por la que entra el agua. Más de uno me retiraría la palabra si se enterase de esto, hay mucho fundamentalista nipón nacido en tierras occidentales.
En el avión leía un relato de un libro de Ishiguro que me prestó mi hermano. Un músico sin éxito y una famosa dedicada a vender exclusivas salían de excursión nocturna por un hotel con las caras vendadas después de una operación de estética. El músico acaba con la mano metida en un pavo relleno para recuperar un premio que previamente habían robado. Me reía más al pensar que esas cosas pasan, sobre todo por que les ocurren a otros.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Fuji San
12 de noviembre de 2010
Acabo de ver las hojas cayendo de los árboles cerca de la quinta estación del monte Fuji. Caen despacio, pero son de tantos colores entre el marrón, el rojo y el amarillo, que no da tiempo a contarlos. Voy en el autobús. Aunque sólo se escuchan las palabras de la guía y el motor, casi se oye el sonido de las hojas al quebrarse contra el suelo.
Aún no he podido ver la cima. Debe de estar nevado. No he caído. Tenía que haber quemado incienso en el templo shinto que había en la quinta estación para pedir sol durante unos segundos. No lo he hecho porque los adornos en forma de "M" sobre fondo rojo de la entrada me recordaban al logo de Mc Donalds y eso en un templo no inspira mucha confianza.
No he visto la cima, pero el monte se sentía. El viento helado me llevaba ladera abajo y me adormecía la nariz. Ha nevado un poco. No recordaba la sensación de tener copos de nieve enredados en el pelo. Echaba de menos el frío.
Me gustaría volver alguna vez en verano para llegar hasta la cima, sólo se puede subir en julio. Me cuesta entender lo que dice la guía, es un inglés extraño. Me parece entender que el primero en subir fue un japonés de muchísimos años que subió las cenizas de su padre. Lo mismo no dice nada de eso, pero sería una bonita historia. Es un bonito sitio para descansar, con estos árboles, las rocas de lava y el viento.
He mandado una postal de cumpleaños desde la quinta estación y he colocado algunos sellos con la silueta del monte en mi cuaderno. He probado el dulce de wasabi en una tienda y he comprado un paquete en una tienda para turistas. Seguro que me va bien en los ataques de hambre nocturnos en hoteles y riokanes.
No me lo creo. Ha salido el sol y he visto la cima en el camino al hotel en el que vamos a comer. La guía ha cantado una canción japonesa sobre el Fuji San cuando lo hemos visto a lo lejos. Aplausos merecidos. No he hecho fotos porque temía que se esfumara mientras encendía la cámara.
Un rato después llegamos a un hotel para comer. Nos ponen una bandeja dividida en cajitas con sushi de atún, pollo, todo tipo de verduras, un cuenco de arroz, sopa de miso y, por supuesto, té. En el hotel sí hago fotos. De lejos se veían las primeras nieves. No sé por qué esta fijación, quizá por Mishima.
Salimos para la zona de los lagos. La guía cuenta que una de las cosas más importantes de la ceremonia del té es la idea de que nunca es la misma. Puede ser el mismo lugar, pueden ser las mismas personas, pero el estado de ánimo, el tiempo y las personas mismas cambian de una vez para otra. Por eso hay que vivir cada ceremonia como si fuera única y dejar todo detrás cuando se entra en la habitación. La vida es así, por eso no hay que dejar las oportunidades. Es mejor equivocarse que pensar "qué habría ocurrido si ..."
Hemos seguido con el recorrido, muy de turistas japoneses, pero a mí me gustaba. Esto y los templos es lo único que llevo programado como excursión. El resto, ya veremos. Hemos subido al monte Komagatake en teleférico. La mayoría estaban cancelados por el viento, pero nuestra cabina era de las fuertes
Yo quería el barco pirata, pero en el lago me ha tocado el vapor del Mississipi. Tampoco está mal. Todo muy kitsch. Me he subido a la última cubierta. Me gustan los barcos y me gustan las alturas, menos en las norias. Manías. Tengo pocas pero importantes. Todo va a cámara lenta. El barco corta el agua despacio y la niebla recorta los árboles, parece que han perdido la cabeza
Se está bien sola, aunque no descarto la posibilidad de volver al lago con acompañantes de espíritu competitivo para echar carreras en los cisnes a pedales.