lunes, 6 de diciembre de 2010

El ryokan





12 de noviembre de 2010 (noche)

Termina la excursión y salgo para el ryokan, en Hakone. No es uno de esos ryokan lujosos que salen en los reportajes de televisión. La entrada parece una cueva excavada en la montaña con un porche de madera. Dejo los zapatos en el casillero de la puerta y cojo una de las babuchas que esperan en hilera a los visitantes. Apenas hablan inglés, pero nos entendemos.

Habitación Bambú número tres. Corro la puerta y me quedo sin palabras. Una de las paredes es una gran ventana de cristal que da al cauce de un río cuyo nombre desconozco. No hago mucho por recordar los nombres. Nada más entrar he deseado tener sueño para dormirme escuchando el agua que corre. Le pregunto a Kutsume, la señora que me atiende, y me dice que el río se llama algo parecido a "hayaku" (rápido). El nombre perfecto. El agua corre hacia el mar como los niños que van a ver el océano por primera vez.

Me pongo el yukata. Abriga porque es de algodón. Me queda ancho y corto. Japón no está hecho para mis medidas, pero, aun así, es cómodo. Tanto quejarme de sentarme en seiza en las clases de aikido y ahora agradezco el entrenamiento porque aquí todo está a ras del suelo.

Los onsen sí están hechos a mi medida. Por fin el agua tan caliente como yo quiero. Me habría quedado toda la tarde. Colocas el cartel de "ocupado". Te quitas el yukata. Lo doblas. Te lavas y te metes en el agua. Todo es silencio. No piensas en nada. Quizá sólo he pensado en qué tipo de araña sería la que había en el techo.

Escribo mientras ceno. He perdido la cuenta de los platos. Kutsume me explica qué es cada cosa y cómo se prepara. Es como un cuadro. Me encanta la comida...Casi toda. No hace mucho tuve una mala experiencia con el sashimi y encima he descubierto que si no está cortado fino, no me entra. Por culpa del sashimi vivo uno de los episodios que, seguro, serán de los más bochornosos de la historia de mis viajes.

No quería ofender a nadie dejando en la bandeja lo que para ellos es un manjar. He visto un paquete de cleenex y he visto el cielo abierto. He cogido el plástico y he metido dentro los trozos que sabía inaceptables para mi estómago. Los he aplastado hasta hacer una pasta.

Vuelvo a la cena. Viene Kutsume a retirar la bandeja y se queda. Me da una clase magistral sobre cómo contar en japones con toallas, frutas, termos y todo lo que pilla a mano. Mai, dai, ko, hon,bon, pon...Así seguro que no se me olvida. Dice que aun siendo japonesa a veces le cuesta. Seguro que es para consolarme.

He esperado a la madrugada para ocultar el cuerpo del delito en la manga del yukata y tirar el contenido de la bolsita por el modernísimo inodoro.Antes hago una mini prueba para asegurarme de que el chisme traga bien. Sólo me faltaría atascar el onsen con un trozo de atún crudo. No quiero ni pensar en cómo me quedaría si, como consecuencia de una fontanería creativa, estando a remojo en agua caliente de pronto me saliera un trozo de atún crudo disparado desde la cañeria por la que entra el agua. Más de uno me retiraría la palabra si se enterase de esto, hay mucho fundamentalista nipón nacido en tierras occidentales.

En el avión leía un relato de un libro de Ishiguro que me prestó mi hermano. Un músico sin éxito y una famosa dedicada a vender exclusivas salían de excursión nocturna por un hotel con las caras vendadas después de una operación de estética. El músico acaba con la mano metida en un pavo relleno para recuperar un premio que previamente habían robado. Me reía más al pensar que esas cosas pasan, sobre todo por que les ocurren a otros.

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