martes, 3 de julio de 2012

Una jornada en el Olimpo

Creía que perder mi trabajo sería el principio de un descenso rápido y directo a los infiernos. No ha sido así, más bien ha ocurrido lo contrario. Resulta que me esperaba un destino más elevado. Lo he comprendido hoy, mientras pedaleaba en una conocida franquicia de gimnasios. Me explico.

El gimnaso que frecuento tiene una hilera de bicicicletas estáticas colocada frente al gran ventanal que da a la piscina, situada unos metros más abajo. Pedaleaba con brío conectada a mi MP3, ajena a los marcadores de kilómetros y de calorías. Estaba como en trance porque, digan lo que digan, una bicicleta que no se mueve por mucho empeño que le pongas es algo antinatural y aburrido. Mirar a los nadadores me relaja por regla general, salvo que se trate de nadadores que no avanzan. Son como bicicletas estáticas humanas que se quedan ancladas en un punto de la piscina por mucho que muevan brazos y piernas. Día tras día intento aplicar mis escasos conocimientos de física y anatomía para averiguar por qué unos sí y otros no. En algunos casos es bastante obvio, pero en otros la ausencia total de movilidad en el agua escapa a los análisis científicos. Puede que a algunos les pese la conciencia y a otros la angustia vital, y que cada visita al gimnasio sea un pequeño intento de suicidio para que parezca que fue un accidente.

Me estoy desviando del tema. Vuelvo al descubrimiento.

Mientras pedaleaba vi que éramos doce personas, pedaleando en bicicletas y mirando desde las alturas a un grupo de hombres pequeñitos ajenos a la razón de su existencia acuática. Van, vienen, van, vienen y van y vienen sin saber que están siendo observados por los doce dioses del Olimpo.

Yo me he pedido Palas Atenea antes de que se me adelante alguien. Una vez consciente de mi destino, he pedaleado con más ganas que nunca. Ahora la bicicleta estática sí tiene sentido. Nuestro impulso conjunto es lo que mueve al mundo. Los nadadores avanzan a nuestro ritmo. Cada vez que alguno de nosotros para  o abandona su vehículo inamovible, un nadador sale de la piscina. Unos vuelven. Otros no.

Ahí siguen. Plas, plas, plas, chapoteando. Hay de todo, pero nada es lo que parece. Llega una señora con  bastantes kilos de más y ya próxima a una edad que en otros tiempos era sinónimo de catalepsia. ¡Zas! Se mete en el agua y se convierte en sirena. Decido concederle 15 años más de vida. Se los merece.

Entra un chico. Tiene un aire a Apolo, pero menos afeminado. Ha tenido el buen criterio de utilizar unas chanclas hawaianas oscuras en lugar de unas sandalias doradas y ortopédicas como las que lleva el hortera de mi medio hermano. Se lanza a nadar y, ¡oh, desencanto!, la inercia le juega una mala pasada y el bañador avanza con unos centímetros de retardo respecto a su trasero. El look albañil hace que la magia se desvanezca.

Un albañil. Eso es lo que parece Zeus, que pedalea a la izquierda. A ese todo le da igual. Pone el piloto automático y va que chuta. Sólo las niñas monas le sacan de su letargo. Ahí entra una. La mira, saca su voz de peón de obra que no ha conocido mujer y dice: "¡AAaaaaaAAAAy, morena, que me convierto en león marino y te enteras de lo que vale un....". Siempre igual, no escarmienta.

Envidio a Zeus. Yo me preocupo demasiado. En realidad no tengo mucho que hacer. Los nadadores creen en el determinismo porque les consuela tener a quién echarle la culpa de sus pifiadas. Se equivocan. Nosotros nos limitamos a pedalear para que su mundo no se pare. Somos como el tic-tac de un reloj de pared con un carrusel de muñecos que entran y salen cada hora en punto. Son la genética y sus propias decisiones las que van marcando cada día de su existencia. Nosotros somos espectadores privilegiados que a veces hacemos apuestas para no aburrirnos, pero nada más.

Empiezo a aburrirme. Quién inventó la bicicleta estática debía de estar enfermo. He decidido cambiar el casco y la lanza por un gorro y unas aletas. Tal vez me entre el miedo escénico al sentirme observada, especialmente con estas pintas. Da igual, lo prefiero, por lo menos avanzaré, aunque sea despacito.