jueves, 5 de agosto de 2010

Civilización

En días como hoy me apena que se pierdan las tradiciones. Echo en falta, por ejemplo, la sana costumbre de echar aceite hirviendo muralla abajo. No hablo de abrasar a nadie de forma indiscriminada, que no se me malinterprete. Hablo de medidas justificadas contra quienes agotan tu paciencia después de varios intentos de negociación fallidos.

Dentro de nada serán las tres de la mañana y madrugo. Muy probablemente tendré que conducir, así que debería estar dormida desde hace un par de horas mínimo. Pues no me dejan. Un grupo de señoras se ha parapetado debajo de mi ventana a contarse historias que, si las entendiera, diría que aburrirían a un muerto. Se las escucha a 3oo metros a la redonda. Ellas parecen bastante satisfechas de tener un auditorio tan concurrido, así que suben la voz hasta acobardar a las pavanas más furibundas.

Están justo debajo de mi ventana. Miro por la rendija entreabierta y descarto el diálogo de entrada porque estas parecen de las de "pues ahora sí que no me voy". Pese a la ausencia de negociaciones, su actitud desafiante justificaría una reacción proporcionada por mi parte.

Mi lado racional me detiene. Me dice que las ordalías, los empalamientos y las catapultas son cosas de tiempos bárbaros que, afortunadamente, quedaron atrás. La pena es que la civilización haya llegado a algunos sí y a otros no. Hay pocas cosas menos democráticas que la civilización.

Un momento.Escucho el vocabulario que se se gastan las señoras y los alaridos que pegan cada vez que alguna intenta abandonar la manada. Llego a la conclusión de que me he equivocado. Yo pensando que eran unas incívicas y resulta que en realidad acaban de salir de alguna cueva.

¡Qué injusta he sido! Probablamente hayan atravesado un agujero de gusano directamente desde el Paleolítico Medio, con el miedo que tiene que dar estar en la puerta de tu osera tan tranquila y aparecer de pronto en una urbanización de la Costa del Sol. Pobres, tengo que ayudarlas.

Si vuelven mañana, bajaré, les pediré disculpas por mis juicios precipitados y me ofreceré educadamente a buscarles un agujero espacio-temporal que las lleve de vuelta al antro del que han salido. Seguro que me lo agradecen.