viernes, 18 de junio de 2010

El hombre de las comas

"Al día siguiente no murió nadie"
Ocurrió en un libro de Saramago. Hoy no. Si hoy la muerte hubiera decidido tomarse unos meses de vacaciones, el escritor habría tenido tiempo para dejarnos otro libro más. Cuando muere un ser querido al que conocemos, deseamos haber tenido al menos un día más para haberle dicho lo que nunca le dijimos. Cuando muere un ser querido al que no tuvimos el gusto de conocer, empezamos a jugar con ideas imposibles.
No le conocí, pero una vez me crucé con él. Me entregó un diploma en mano. Habría puesto la foto con esta entrada, pero significaba tanto para mí que se la di a mi abuelo. Fue una sensación extraña. En la foto salía con cara de alelada, mordiéndome la lengua para, en contra de lo que acostumbro, no decir nada inconveniente. De pronto, tenías delante de tí a alguien que sólo existía a través de sus palabras, tan poco amigas de los puntos.
No suelo distinguir entre literatura con mayúsculas y minúsculas. Leo casi de todo, según el momento, pero en su caso hago una excepción: es mayúsculo. Sus libros, como todos los libros, tienen dos historias para mí: la que cuentan y la que vive el propio libro. Un ejemplo. Empecé a leer 'Las intermitencias de la muerte' en Madrid. Me dejé mi edición de bolsillo en un taxi cuando me faltaban sólo tres o cuatro páginas para terminarla. Un año después alguien me regaló el libro y volví a empezar desde el principio. No fue una pérdida de tiempo.
Era un mago de las formas y del fondo, un buceador capaz de sumergirse en las aguas más profundas para traer consigo lo que sólo los buceadores expertos pueden encontrar en el fondo del océano. Quiero creer que no es uno de los últimos de una especie en extinción.