viernes, 23 de abril de 2010

Bodegón

A veces mi historia de los últimos días se me acumula en los brazos cuando cruzo la calle Ancha. Llevo bolsas y objetos diversos que se me han ido amontonando en el maletero del coche. Llego, aparco donde puedo y, nada más cerrar la puerta, empiezan a entrarme las prisas por llegar a mi casa.
Vuelvo ya de madrugada. Cojo mis pertenencias. La bolsa con el kimono y el bolso en el hombro derecho y, algo más abajo, colgando del codo, dos kilos de naranjas del Tesorillo, no tan frescas como ayer cuando las compré en la rotonda que va a Torreguadiaro. Del mismo lado, sujeto un chaquetón que esta noche no necesito.
Hombro izquierdo. El bokken en su funda y el jo que me ha prestado Jorge para practicar un poco (gracias mil), sin ser consciente del peligro que supone para la integridad del mobiliario de mi casa y para la mía propia. Sostengo contra el pecho uno de mis cuadernos de japonés. A ratos intento poner orden en el vocabulario, aunque se me resiste. El método no es lo mío.
Voy pensando en mis cosas. Pienso en el marrón tremendo que tengo dentro de unas horas. Una doble página a hacer en sábado para la que necesito precisamente a esos gabinetes de prensa que, en el 99,9 % de los casos, ponen el modo 'off' a partir de las tres de la tarde del viernes. Tap, tap. Suenan mis tacones y me dicen que piense en algo más agradable. Pienso en algo más agradable, pero me doy cuenta de que es poco probable que ocurra, así que cambio de pensamiento. Tap, tap. Pienso en que me gustaría poder hacer sonar las suelas de mis zapatos como lo hacían Ginger y Fred. Tap tap. Me llega el olor a las naranjas y me pregunto por qué me meto en los fregaos que me meto, como si no tuviera suficiente. Tap, tap. Escucho música en la cabeza, a veces me pasa, no me suena, pero la descarto, no sea que haya alguien de la SGAE escaneando mi cerebro. Estos cobran por todo.
Miro a la gente que pasa. No llevan cosas en las manos, como mucho un bolso, así que no tengo muy claro qué han hecho en las últimas horas. Sí sé que harán los que llevan bolsas de plástico con botellas de refrescos, hielo y alcohol barato. Mañana jurarán que nunca más, a sabiendas que repetirán el próximo fin de semana.
Tap, tap. Llego a casa y pienso que pienso demasiado. Decido que prefiero que otros lo hagan por mí. Suelto el bodegón en la puerta, mañana cada cosa irá a su sitio, hoy no. Busco el libro que estoy leyendo. Definitivamente, es agradable que sean otros de vez en cuando los que piensen y te cuenten historias ajenas. Algunos de los que viven en los libros también cruzan calles nocturnas. Otros saltan en el tiempo, hacia delante o hacia atrás, según los casos. Hoy me apetece volver al Cádiz de antes, plagado de barcos y de misterios por resolver.