domingo, 5 de diciembre de 2010

Fuji San







12 de noviembre de 2010

Acabo de ver las hojas cayendo de los árboles cerca de la quinta estación del monte Fuji. Caen despacio, pero son de tantos colores entre el marrón, el rojo y el amarillo, que no da tiempo a contarlos. Voy en el autobús. Aunque sólo se escuchan las palabras de la guía y el motor, casi se oye el sonido de las hojas al quebrarse contra el suelo.

Aún no he podido ver la cima. Debe de estar nevado. No he caído. Tenía que haber quemado incienso en el templo shinto que había en la quinta estación para pedir sol durante unos segundos. No lo he hecho porque los adornos en forma de "M" sobre fondo rojo de la entrada me recordaban al logo de Mc Donalds y eso en un templo no inspira mucha confianza.

No he visto la cima, pero el monte se sentía. El viento helado me llevaba ladera abajo y me adormecía la nariz. Ha nevado un poco. No recordaba la sensación de tener copos de nieve enredados en el pelo. Echaba de menos el frío.

Me gustaría volver alguna vez en verano para llegar hasta la cima, sólo se puede subir en julio. Me cuesta entender lo que dice la guía, es un inglés extraño. Me parece entender que el primero en subir fue un japonés de muchísimos años que subió las cenizas de su padre. Lo mismo no dice nada de eso, pero sería una bonita historia. Es un bonito sitio para descansar, con estos árboles, las rocas de lava y el viento.

He mandado una postal de cumpleaños desde la quinta estación y he colocado algunos sellos con la silueta del monte en mi cuaderno. He probado el dulce de wasabi en una tienda y he comprado un paquete en una tienda para turistas. Seguro que me va bien en los ataques de hambre nocturnos en hoteles y riokanes.

No me lo creo. Ha salido el sol y he visto la cima en el camino al hotel en el que vamos a comer. La guía ha cantado una canción japonesa sobre el Fuji San cuando lo hemos visto a lo lejos. Aplausos merecidos. No he hecho fotos porque temía que se esfumara mientras encendía la cámara.

Un rato después llegamos a un hotel para comer. Nos ponen una bandeja dividida en cajitas con sushi de atún, pollo, todo tipo de verduras, un cuenco de arroz, sopa de miso y, por supuesto, té. En el hotel sí hago fotos. De lejos se veían las primeras nieves. No sé por qué esta fijación, quizá por Mishima.

Salimos para la zona de los lagos. La guía cuenta que una de las cosas más importantes de la ceremonia del té es la idea de que nunca es la misma. Puede ser el mismo lugar, pueden ser las mismas personas, pero el estado de ánimo, el tiempo y las personas mismas cambian de una vez para otra. Por eso hay que vivir cada ceremonia como si fuera única y dejar todo detrás cuando se entra en la habitación. La vida es así, por eso no hay que dejar las oportunidades. Es mejor equivocarse que pensar "qué habría ocurrido si ..."

Hemos seguido con el recorrido, muy de turistas japoneses, pero a mí me gustaba. Esto y los templos es lo único que llevo programado como excursión. El resto, ya veremos. Hemos subido al monte Komagatake en teleférico. La mayoría estaban cancelados por el viento, pero nuestra cabina era de las fuertes

Yo quería el barco pirata, pero en el lago me ha tocado el vapor del Mississipi. Tampoco está mal. Todo muy kitsch. Me he subido a la última cubierta. Me gustan los barcos y me gustan las alturas, menos en las norias. Manías. Tengo pocas pero importantes. Todo va a cámara lenta. El barco corta el agua despacio y la niebla recorta los árboles, parece que han perdido la cabeza

Se está bien sola, aunque no descarto la posibilidad de volver al lago con acompañantes de espíritu competitivo para echar carreras en los cisnes a pedales.

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