miércoles, 8 de diciembre de 2010

Despertar en Hakone y flashback Nikko









13 de noviembre de 2010

He dormido a trozos, aunque no estoy cansada. Me desperté sobre las cuatro y tenía la sensación de haber dormido toda la noche, así que leí un rato e hice algunas fotos sobre la habitación. Con el yukata, a oscuras y la velocidad lenta de la cámara, mi imagen en el espejo parecía un fantasma de los de las películas de Mizoguchi. Me metí tanto en mi papel de espectro que paré porque yo misma empezaba a darme escalofríos. Volví al futón hasta las seis de la mañana. Al onsen de nuevo, desayuno y adiós a Hakone, Kutsume y sus trucos para contar en japonés.

Me da un poco de pena irme tan pronto . Nada me dice que lo que me queda por ver no vaya a ser igual o mejor. En cualquier caso, será nuevo. Ahora me doy cuenta de cuánto necesitaba romper la monotonía. No es la palabra. Mi vida no es monótona. Era la rutina lo que me estaba entumeciendo. Sin embargo, hay actos rutinarios que empiezan a echarse de menos.
Pensé que sólo era adicta a los vídeojuegos, pero resulta que estoy enganchada al Cola-cao y empiezo a manifestar los primeros síntomas de abstinencia. Busco sustitutos en las máquinas de 'vending'. Hasta el momento sólo he encontrado una especie de batido caliente en lata que sabe a agua con chocolate en polvo
Flashback: Nikko

Empezó fatal. Había que cambiar varias veces de tren desde la estación de Shinyuku y casi al final me despisté. Llegué con el tiempo justo para visitar los templos. La chica del centro de información de Nikko me dijo que me bajara en el puente. Subí a un autobús conducido por el único japonés cabreado que me había encontrado hasta el momento. Cuando me di cuenta de que me había pasado el puente hacía rato toqué el timbre. El conductor cabreado frenó en seco y me bajé.
Miro a mi alrededor y compruebo que no me ha dejado en una parada, sino en mitad de un parque natural que parece más una selva que un parque. Hay una caseta de madera, pero está vacía. Me encojo de hombros: "Bueno, ya llegaré a algún sitio". El paisaje es increíble. Montañas y montañas bajo las nubes. No hay espacio para un haz de luz entre los árboles. Se escucha un río que no veo.

Miro a la carretera por si viene algún autobús. No hay un autobús. Sino un hombre caminando a cuatro patas. La idea de un hombre caminando a cuatro patas me resultaba menos extraña que lo que realmente era: un mono con mucho pelo y el rabo enroscado. Me quedé parada en actitud de "no estoy". Creo que es la misma postura en la que me quedaba de pequeña cuando mi padre me pillaba intentando trastear en los enchufes. Al minuto comprendí que, si se les deja tranquilos, los monos japoneses son mucho menos perjudiciales que algunos conductores de autobús.

Llegué hasta una parada. Los templos estaban cerrados, pero se podían ver desde fuera. Luego caminé hasta la estación. Vi chicas en kimono, bomberos alineados en un parque sin puerta en el garaje, setos que parecían cortados a escuadra y cartabón, y taxistas que salían despacio de sus casas para empezar el turno.
Compré un pastel típico de Nikko, hecho con harina de arroz y relleno con una pasta de fruta. Se deshacía en la boca.

A la vuelta estaba molida. Dormí en los trenes al más puro estilo autóctono, cayendo en un coma profundo y despertando en los cambios de paradas, como si me hubiese tragado un despertador.

Paré a cenar en un restaruante de los de barra antes de volver al hotel y caer redonda. Después, Takayama.

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