sábado, 6 de noviembre de 2010

Primera parada

Echaba de menos esto. No, las obras no. Echaba de menos asomarme a la ventana y ver la ciudad al fondo, la sensación de no tener nada que hacer salvo pensar a qué dedicar todo el día por delante y levantarme pensando en lo bien que lo he pasado la noche anterior. Sobre todo, echaba de menos a los amigos a los que, en el mejor de los casos, veo de año en año.

Aterrizas en una ciudad en la que no te pueden tratar mejor. Algunas familias han aumentado en tu ausencia (hola Brutus, hola Lalo). En general nada ha cambiado mucho. Bajas del tren, te pones al día rápido, comes algo y acabas en un pub de barrio tomando unas cervezas con música en directo.

Hubo momentos tensos, no diré que no. Si hay algo que temo más que cantar en público es tener que hacerlo estando afónica perdida. El corazón se me aceleró cuando la estrella del espectáculo comenzó a pasearse entre la gente micrófono en mano. Se acercaba a sus víctimas, les cogía la muñeca, les miraba a los ojos y, ¡zas!, les enchufaba el micro. Confieso que cuando la ví acercarse repasé mentalmente cómo se hace un kokyy ho gyaku hammi. Pero no, si algo he aprendido es que la violencia no es el camino. Finalmente opté por mis mejores armas: la velocidad y el camuflaje. Salí corriendo en cuclillas, agradeciendo la estabilidad que me da tantísimo caballo cuadrado, y un señor argentino de la barra se ofreció amablemente para hacer de escudo humano. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Me quedan casi dos días por delante entre las obras de gallardón. Comidas, cafés, paseos y charlas con esos que, aunque apenas los veo, siempre están. El lunes madrugón y....No me gustan nada las rimas fáciles.

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