miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los dos Tokios


Tokio es, a grandes rasgos, la ciudad de los opuestos. Es el lugar de los "casi sí, pero no". Los edificios son como la gente. Esperan juntos a que pase un minuto más, pero nunca se tocan. Guardan la distancia mínima que exigen la cortesía y la prevención ante posibles terremotos. Sólo he vivido algún que otro pequeño movimiento sísmico en Graná, pero sé que los terremotos emocionales dejan muchos damnificados cuando estallan. Tienen razón, está bien mantener pequeñas distancias. Sin embargo, a veces no está mal saltarse el protocolo para darse un abrazo, pese al reisgo de terremotos, sean del tipo que sean.

Las mujeres son independientes, echás pa'lante, pero el ideal femenino parece haberse convertido en una esfinge con cara de niña, faldita de cuadros y pecho de portada de Playboy. Cantan canciones joviales en las pantallas, dan saltitos haciendo el robot y sirven cafés vestidas de camareras mitad francesas, mitad manga en los ciber cafés con cortinas de cuentas de plástico irisadas. Parecen que las vendan enteras para que no crezcan. Por suerte, algunas escapan y consiguen que el tiempo haga con ellas lo que les plazca, porque para eso es su tiempo.

Los hombres mayores son hombres, con todas las consecuencias. Algunos de los jóvenes huyen despavoridos o hunden la cabeza en sus móviles última generación cuando alguna mujer les pregunta algo. Doy fe de ello. La última moda es llevar los pelos como Tokyo Hotel y más fondo de maquillaje que La Veneno. Sucumben a los efluvios del neo-glam y a veces se pasan de rosca. Inhalar laca en cantidades masivas puede ser peligroso. Salen a la calle con los aderezos de una estrella de rock, pero sin el halo de misterio que las rodea. Ayer vi un cartel con un grupo de hombres con pinta de adolescentes hipermaquillados y estuve a punto de entrar. Con tanto kanji me costó entender que los servicios que ofrecían eran otros. Me di cuenta a tiempo.

Son generalizaciones, por supuesto. Hay situaciones que no responden a los estereotipos. Si se mira con atención veo el Tokio que cuenta Muarakami y restos de las historias de Mizoguchi. Hay cientos de años que se pliegan sobre los edificios antiguos, que plantan cara a los de última generación. Aquí la palabra "anciano" sigue tiendo más peso que "viejo", pese al canto absoluto a la juventud.

Me pregunto qué tiene que pasar para que miles de personas se atrincheren durante horas para jugar al Pachinko. Tampoco somos tan distintos. Nosotros tenemos el fútbol y a Belén Esteban. Los que tienen algo más en qué pensar están tan ocupados viviendo que escapan a la mirada de los turistas que vuelven a sus países con la imagen del toro, la playa y las juergas de discoteca. Somos eso, pero también otras cosas. Miro a los que duermen con la cabeza descolgada en el metro y llego a la conclusión de que también sueñan con algo más que con lolitas desproporcionadas y premios de pachinko.

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