viernes, 15 de octubre de 2010

Genios en la sombra

No todos los genios reciben el reconocimiento que merecen. Hace unas horas he sido testigo de la obra de un maestro. Estaba en un conocido bar de montaditos con los amigos. Es uno de esos locales con apariencia de establecimiento con solera y entrañas de Mc Donalds. Para quien no lo sepa, la cosa funciona así: coges la carta, apuntas los números de los montaditos y las bebidas, entregas la carta con tus comandas en la barra, pagas, te dan el tique y apuntan tu nombre para llamarte por el micrófono cuando todo está listo.
Allí estábamos, hablando - muy en nuestro papel de tertulianos de bar - de las formas, los fondos, el origen del alfabeto y de los mensajes metafísicos ocultos en las plataformas del Super Mario. Mientras, los nombres desfilaban desde el micrófono como parte de la música de ambiente. "Pedro", "Mari", "José Antonio", "Juan Luis"... ... ...."Otto Von Bismark". Sí, por el micrófono sonó "Otto Von Bismark", con todas sus sílabas.
Me parto. Habrá a quien no le haga ninguna gracia, pero a mí, no sé por qué, me pareció brillante. Si hubiera llevado sombrero, me lo habría quitado ante semejante demostración de conocimiento aplicado. Una columna me impidió ver al supuesto Canciller de Hierro recogiendo sus montaditos.
También es de destacar la perfecta ejecución de la chica del micrófono. Ni la más mínima inflexión en su voz. Lo soltó con la misma naturalidad que, unos minutos antes, llamaba a Pedro o a Mari. Algunos lo atribuirán a las presuntas lagunas históricas de la ejecutora. Yo prefiero pensar que sabía de sobra quién era herr Otto y que una profesionalidad extrema le ayudó a aguantarse la risa o el cabreo. Prefiero creer que hay camareras que algún día dejarán la bandeja para doctorarse en historia. Sé que es posible, tan posible como operarios del servicio de limpieza municipal que cuentan cuentos senegaleses cuando sueltan la escoba , funcionarios que construyen novelas en sus ratos libres, pastores que dibujan escenas espaciales en cuadernos apaisados y archiveros que cada día se enamoran de una letra diferente. Yo sé que existen porque los he visto, sólo hay que esconderse y mirar por el ojo de la cerradura.

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