martes, 9 de noviembre de 2010

Incursión Kamikaze

Me tenía que haber dado una vueltecita pequeña, pero si me descuido acabo en Nikko. He llegado totalmente descolocada con el jet lag. Sin dormir y sin saber por qué día andaba. Y eso si hablamos de tiempo porque la cuestión espacial es peor. Mira que me lo dijeron los de U2 y no les hice caso. Pues es verdad, las calles de Tokio no tienen nombre. Son números que me hacen pensar más en la primitiva que en una dirección concreta. No sé si me acustumbraría.

Me he dicho: "salgo un poco a tomar el aire". Al final me han dado las tantas curioseando por ahí. Me he puesto a prueba, a ver si podía entrar en las tiendas sin comprar. He fracasado, claro, pero tampoco me he vuelto loca.

Me ha servido para aprender un par de cosas. Definitivamente, es mejor usar el poco japonés que sé porque el inglés tiene consecuencias imprevisibles. Si me llego a fiar del recepcionista, mañana me manda a la otra punta de Tokio, cuando el lugar al que quiero ir - según he comprobado en google maps - está casi al lado de mi hotel. Al cenar estaba escogiendo entre dos platos y al final me han puesto los dos. Como la comida no se tira, pues hala. Dudo que desayune mañana.

He aprendido que no somos tan distintos como dicen. Me decían que no había ni un papel en el suelo y el centro está plagado de papeles y colillas de cigarro. Claro, tanto venir a España que hemos acabado por contagiarles lo más destacado de nuestro folclore. Los dependientes también te hablan en japonés ralentizado cuando ven que no les entiendes. Decían algo de "microooo-chiiiiisu". Entonces vi la luz y entendí que no cogían mi tarjeta porque tenía el microchisu de las narices. No importa. Suelo tener plan B, así que no pasa nada.

Por lo demás, me encanta. El camino desde el aeropuerto es un poco desalentador. Creo que todos los caminos que unen los aeropuertos y las ciudades son más iguales de lo que se piensa. Cables, casas un poco más amplia para quienes quieren espacio y lo pagan con la distancia, hoteles de carretera como hechos de cartón piedra y fábricas que parecen a punto de desfallecer. De pronto llegas y ves los primeros edificios. Y verde, mucho verde entre tanto rascacielos. No sé cómo lo hacen. Al principio parece un poco gris, pero se encienden las luces y ocurre el milagro. Las puntas de los rascacielos rascan en el tiempo hasta que abren un agujero que lleva a la ciudad y a sus habitantes a un siglo hacia adelante. Nadie mira, nadie juzga. Si les hablas, te contestan con toda la amabilidad del mundo; si no, no existes. No se está mal aquí.

Me muero de sueño. Quiero madrugar, que hay mucho que ver.

3 comentarios:

  1. Pd, creo que en tu blog es en el que piden mas cosas para comentar hay que dar muchos pasos!!!!

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  2. Ni me habia dado cuenta, esteban. Lo miro y lo cambio :)

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