sábado, 19 de marzo de 2011

Se busca a El Lepero

Anoche hablando con Javi el de Canal Sur salió el tema de las películas.

[ En mi profesión, como en casi todas las demás, pasan estas cosas. Los compañeros nos cambian el apellido. Del mismo modo que algunas terminaciones de los apellidos indican "hijo de", el complemento que se añade a nuestro nombre significa el medio al que perteneces (en tel sentido más extenso de la palabra). Ana la del Área, Vane la del Europa, Nieves la de la Ser...La lista es cada vez más reducida, pero todos se han ganado su complemento a base de muchas horas de patear las calles grabadora, cámara o micro en mano.

Suena mi móvil en casa de mis padres.
- Mi madre: ¿Sandra, es tu hermana?
- Yo: No, es Rocío la del Puerto.
- Mi madre:¿Quién es, alguna folclórica? ]

En fin, a lo que iba. Salió el tema de las películas. A veces, cuando voy al cine me acuerdo de pronto de las películas que ponían en el club de mi casa en Almonaster. Cuando voy al vídeoclub me acuerdo de El Lepero. Me explico.

Lo de las películas eran unos señores que recorrían la Sierra de Huelva para llevar el cine a los pueblos y aldeas. La carretera no era como ahora, sino todas eses, pendientes y estrecheces. Entonces no pensaba en los señores que pasaban horas al volante, sino en saltar desde mi patio por la ventana del club para ver que ponían. Recuerdo cine francés en blanco y negro y 'Pánico en el Transiberiano', que causó sensación. Fue después cuando me di cuenta de que los señores tenían mucha culpa de que me gustara el cine y de que tenía mucho que agradecerles.

La vida. Más de veintitantos años después conocí a uno de los señores. Resultó ser el escritor Hipólito Navarro. Fue en Algeciras. Iba a hacer una lectura y para allá que me fui porque me gustan los cuentos. En uno de ellos hablaba de ciertas prácticas sexuales con melones. La historia, magnífica, transcurría en la misma sierra en la que crecí. La lectura terminó y me apunté a la gira nocturna preparada para el protagonista de la noche por dos escritores amigos, dos escritores grandes que también son grandes escritores. Resultó ser un señor divertidísimo el señor Navarro, pero, comentando lo de su cuento, resultó ser además uno de los señores que ponían películas detrás de mi casa. Pude darle las gracias y me fui a casa un una línea tachada en la lista de cosas que me quedan por hacer.

El lepero. Le decíamos así porque venía desde Lepe con una furgoneta cargada con cajones de fruta con películas Beta y VHS. Venía los martes por la tarde. Paraba en la puerta de mi casa, abría las puertas traseras y acudíamos todos como moscas. Todos los que tenían vídeo, claro.
El niño de Don Alberto, Pablo el de Pepita y Alejandrito el de Las Palmeras - también eran nombres de coplistas, ahora que lo pienso - ya estaban esperando cuando el coche ni siquiera había terminado de frenar. Nos dejaban las películas una semana, así que o rotaban ellas o rotábamos nosotros, pero acabábamos viéndolas todas varias veces. No éramos muy selectivos, la verdad. Nos tragábamos todo desde 'Goldarak' (Grendaize) a 'Terror en el mar Egeo', pasando por 'El hijo del cura', 'El mono borracho en el ojo del tigre' o 'Enemigo mío'. Que yo sepa, todos nosotros hemos crecido listos, fuertes y hasta bastante monos. Tanta hiperprotección a la infancia no puede ser buena.

No recuerdo quién se fue antes, si él o nosotros. Me gustaría darle las gracias y hasta un abrazo. Ahora sí entiendo el esfuerzo tremendo de irse de casa, pasar horas en la carretera y cargar y descargar furgonetas toda la semana. Pues eso, gracias dondequiera que esté.






lunes, 14 de marzo de 2011



Estos días ando un poco aturdida por lo del terremoto en Japón. Cuando viajas estableces vínculos con el lugar y con las personas. Los vínculos son más fuertes cuando viajas sola. Estás tú y están ellos. En este caso, los "ellos" me hicieron sentir, no como en casa, porque para eso no pasas trece horas en un avión, sino como en un lugar en el que era más que bienvenida.
Afortunadamente, los que conocí están bien. Me llegan correos poco a poco. Todos me han emocionado por la entereza y por la fuerza de voluntad que demuestran. Prometen que sacarán su país adelante y que cuidarán de los más perjuidicados. Hoy me ha emocionado uno en el que pedían disculpas por el riesgo nuclear, como si todos y cada uno de los japoneses fueran los responsables. Otras perzonas, quizá, y con toda la legitimidad que da ser víctima de una tragedia, se limitarían a mirarse el ombligo. Por ahí, en cambio, andan preocupados por no causar daños al resto del mundo.

No sólo me preocupan los que me dedicaron su tiempo. Me ayudaron con el japonés, me dieron sus mejores comidas, me mostraron sus rincones favoritos e incluso accedieron a alquilarme una bicicleta fuera de horario para que no me fuera de su ciudad con las ganas de dar un paseo nocturno en bici. Me gustaría saber que el señor, aparentemente con mucha prisa, que insistió en acompañarme hasta la misma puerta de Iwata está bien. Quieron pensar que también lo están el niño que me sacaba la lengua en el metro, las camareras que me ayudaron a escoger entre menús que no terminaba de entender, las señoras que me preguntaban por los futbolistas españoles, los niños que iban camino del colegio, el chico de la recepción del hotel y todos los que dedicaban sonrisas a mi cámara de fotos.
Están dando una lección de cómo mantener la calma y de cómo no dejarse abatir. Nosotros también podríamos enseñarles algunas cosas, por supuesto, pero ahora son ellos los que tienen mucho que decirnos. Lo ocurrido me hace pensar, además, que no necesitamos tanto y que cuanto más tenemos, más podemos lamentar perder. Eso, curiosamente, lo aprendí en Shirakawa, en una casa en la que no tenía mucho más que hacer salvo escuchar la lluvia y el agua que caía desde la montaña, pero ahora lo recuerdo con más fuerza.
Me asombra cómo se preocupan especialmente por la suerte de los ancianos, cuando en occidente ser viejo es una enfermedad contra la que se lucha a golpe de infantilismos y bisturí.
Si me preguntan qué es lo que más me gusta de Japón, es el valor que le dan a la palabra dada. Por eso me reconforta saber que cumplirán su promesa y que saldrán de esta.






miércoles, 2 de marzo de 2011

Se busca a El Murga


Estimados seguidores de el Torneo of Bolos (TOB):

Escribo estas líneas con el que quizá sea mi último aliento. Una jornada laboral demasiado intensa y la tendencia de este gabinete de prensa a una hiperactividad que raya en lo enfermizo me han pasado factura. Pero el deber obliga y si muero, moriré informando.

Mi teléfono móvil se ha iluminado esta mañana para avisarme de que tenía un mensaje. No me atrevo a reproducir su contenido. Ni me atrevo ni puedo. El vocabulario, soez y agresivo en extremo, me ha hecho cortocircuitar.

Una vez recuperada del shock emocional, he deducido que el mensaje, que citaba al diario 'The Washington TOB' como fuente, me notificaba la desaparición de El Murga en un agujero negro.

La noticia me ha causado extrañeza, por cuanto una hora antes había estado con el desaparecido, muy ajetreado estos días por cuestiones laborales. Tengo pruebas en mi pendrive, pero admito que no he vuelto a saber nada del perdedor indiscutible del TOB desde entonces. Ahora, vuelvo la vista atrás, le recuerdo en la foto de su salvapantallas, sonriente y rodeado por ristras de jamones y me inunda la congoja. Pude salvarle, pero fui tan estúpida que no vi las señales.

Leo y releo en mensaje. Cada vez estoy más convencida de que lo del agujero negro es verdad. Dicen que lo que entra en ellos, no sale y, si es un agujero negro supermasivo, mejor ni hablar.

Científicos de todo el mundo, liderados por Stephen Hawkins, han emprendido una investigación contrarreloj.

Sin embargo, otras fuentes apuntan que Marikiti, muy próximo a la derrota en el último encuentro, es el responsable de la desaparición del jugador que ha hecho del TOB lo que es: un torneo en el que lo importante no es ganar, sino no perder.