martes, 31 de mayo de 2011

Los peligros de los deseos cumplidos

- "Hay más lágrimas por las plegarias no atendidas que por las atendidas"
(Santa Teresa de Jesús)

Mírala. Parece el negativo de un astronauta flotando en el espacio camino de un agujero negro. Así, sola y muerta, parece inofensiva. Nada que ver con el aspecto terrorífico de unos minutos antes, cuando invadió mi sala acompañada de su ejército negro. Cientos de hormigas aladas y de hormigas diminutas buscando un hueco para hacer su nido...Espeluznante. La compasión duró un segundo. "Que paguen el alquiler", pensé, "y si no, que mueran".

Suena drástico. Eran ellas o yo.

Todo empezó hace cosa de un mes. Creo que fue entonces cuando empecé a desear un juicio intermedio. Lo pedía todas las noches antes de acostarme. Quería que se acabara tanta injusticia. Un juicio final me parecía excesivo, sólo quería que toda la morralla que hay por el mundo pagara por sus crímenes. Quería un mundo sin mala gente. Semitabula Rasa. Borrón y cuenta nueva.

Quizá fui demasiado vehemente. Hace unos días los grifos de mi casa comenzaron a escupir agua roja. En mi ignorancia, lo atribuí a la limpieza del algibe. Ayer, al llegar a mi casa, encontré una horda de hormigas de comportamiento anómalo. Daban vueltas sin rumbo en el rincón que queda entre el mueble de los discos y la pared. Las pequeñas corrían enloquecidas. Las aladas daban vueltas sobre sí mismas, como freestylers con chándales de queratina. Después llegué a la conclusión de que estaban taradas por culpa de tanto azufre y tanto benceno en el aire. Más tarde lo vi claro: era la danza ritual de la segunda plaga.

¿Qué se hace con las plagas? Exterminarlas. No hay enemigo pequeño. El reparo que me da matar hormigas desapareció cuando recordé 'Cuando ruge la marabunta'. Un uso masivo de insecticida, dadas mis dimensiones y las de mi casa, entrañaba el riesgo de fulminarme a mí misma. Las artes marciales aquí tampoco valen. Afortunadamente, mi dilatada experiencia en batallas espaciales mando en mano me dio la solución. Recordé el lanzallamas del Dead Space. No tengo lanzallamas en casa, pero la vaporetta me hizo el avío.

Una vez dispersados los disturbios llegó la segunda fase. Admito que la idea no fue mía, sino de mi padre, un estratega nato que me ayudaba con la operación con el pijama de combate desde el otro lado del teléfono. "Bárrelas, júntalas al otro lado de la puerta y gaséalas con el insecticida".


Ahora no hay hormigas, pero me siento mal. Con tantas muertes sobre mi conciencia, creo que es mejor retrasar eso del juicio intermedio.