miércoles, 22 de diciembre de 2010

Un universo colgado del hombro (II)



Dicen que los bolsos de las mujeres son un misterio. Cierto. Nunca acabo de tener claro lo que llevo en el mío y tiene cierta inclinación a volver más lleno de lo que se fue. Este tan 'fashion' me lo trajo mi madre de Canarias. A simple vista parece un bolso cualquiera. Un aspirante a telépata se apoyaría los dedos en las sienes y diría:"Mmmmmmm....Barra de labios, espejo, polvos compactos, pañuelos de papel, llaves, móvil...". ¡¡¡¡Meeeeeec!!! Sólo ha acertado en el móvil

A veces yo misma me quedo estupefacta al comprobar lo que puede caber en un bolso. Sé que ya he hablado del tema, pero es que un bolso es un universo que se despliega ante nuestros ojos con sólo abrir una cremallera.

Zip.

El destornillador lo eché esta mañana para ajustar un tornillo que andaba suelto en un lugar que frecuento. No me ha dado tiempo. La mañana, la tarde y la noche se han complicado más de lo que esperaba.

El disco de Spiritual Front lo llevaba para escucharlo en el coche y lo traigo de vuelta a casa porque me apetece escucharlo con auriculares y los pies secos.

Sí, llevo una bandeja de chorizo de pamplona, otra de jamón york cortado en lonchas ultrafinas y una bolsa de picos variados. Cosas del Aikido. Mi dojo no es como los demás. Allí se celebran los cumpleaños por todo lo alto y los senseis son telépatas que saben que hoy no has podido hacer la compra. A veces asustan.

No se ve, pero también había un regaliz que le compré a Conchita por si le entraba el antojo de pronto. Debe de estar a punto de fosilizarse.

Hay un bloc de notas: puerto, sucesos, regalos de Navidad que no he comprado. Están las estrellas de papel que le compré a Ana y creía haberme dejado en casa, un móvil enloquecido que desde ayer me manda el mismo mensaje cinco veces....

No, esto no tiene nada que ver con Japón. Pero hoy estaba aquí y me he dado cuenta de que un bolso es como un caleidoscopio en que ves todo un día en pedacitos.

A lo mejor sigo con Japón. No sé. Se va alejando y pierdo el impulso de contarlo desde este rincón. Me apetece más compartir los recuerdos que han echado raíces con los amigos mientras tomamos un té o unas tortitas de las que no caben en el plato.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Despertar en Hakone y flashback Nikko









13 de noviembre de 2010

He dormido a trozos, aunque no estoy cansada. Me desperté sobre las cuatro y tenía la sensación de haber dormido toda la noche, así que leí un rato e hice algunas fotos sobre la habitación. Con el yukata, a oscuras y la velocidad lenta de la cámara, mi imagen en el espejo parecía un fantasma de los de las películas de Mizoguchi. Me metí tanto en mi papel de espectro que paré porque yo misma empezaba a darme escalofríos. Volví al futón hasta las seis de la mañana. Al onsen de nuevo, desayuno y adiós a Hakone, Kutsume y sus trucos para contar en japonés.

Me da un poco de pena irme tan pronto . Nada me dice que lo que me queda por ver no vaya a ser igual o mejor. En cualquier caso, será nuevo. Ahora me doy cuenta de cuánto necesitaba romper la monotonía. No es la palabra. Mi vida no es monótona. Era la rutina lo que me estaba entumeciendo. Sin embargo, hay actos rutinarios que empiezan a echarse de menos.
Pensé que sólo era adicta a los vídeojuegos, pero resulta que estoy enganchada al Cola-cao y empiezo a manifestar los primeros síntomas de abstinencia. Busco sustitutos en las máquinas de 'vending'. Hasta el momento sólo he encontrado una especie de batido caliente en lata que sabe a agua con chocolate en polvo
Flashback: Nikko

Empezó fatal. Había que cambiar varias veces de tren desde la estación de Shinyuku y casi al final me despisté. Llegué con el tiempo justo para visitar los templos. La chica del centro de información de Nikko me dijo que me bajara en el puente. Subí a un autobús conducido por el único japonés cabreado que me había encontrado hasta el momento. Cuando me di cuenta de que me había pasado el puente hacía rato toqué el timbre. El conductor cabreado frenó en seco y me bajé.
Miro a mi alrededor y compruebo que no me ha dejado en una parada, sino en mitad de un parque natural que parece más una selva que un parque. Hay una caseta de madera, pero está vacía. Me encojo de hombros: "Bueno, ya llegaré a algún sitio". El paisaje es increíble. Montañas y montañas bajo las nubes. No hay espacio para un haz de luz entre los árboles. Se escucha un río que no veo.

Miro a la carretera por si viene algún autobús. No hay un autobús. Sino un hombre caminando a cuatro patas. La idea de un hombre caminando a cuatro patas me resultaba menos extraña que lo que realmente era: un mono con mucho pelo y el rabo enroscado. Me quedé parada en actitud de "no estoy". Creo que es la misma postura en la que me quedaba de pequeña cuando mi padre me pillaba intentando trastear en los enchufes. Al minuto comprendí que, si se les deja tranquilos, los monos japoneses son mucho menos perjudiciales que algunos conductores de autobús.

Llegué hasta una parada. Los templos estaban cerrados, pero se podían ver desde fuera. Luego caminé hasta la estación. Vi chicas en kimono, bomberos alineados en un parque sin puerta en el garaje, setos que parecían cortados a escuadra y cartabón, y taxistas que salían despacio de sus casas para empezar el turno.
Compré un pastel típico de Nikko, hecho con harina de arroz y relleno con una pasta de fruta. Se deshacía en la boca.

A la vuelta estaba molida. Dormí en los trenes al más puro estilo autóctono, cayendo en un coma profundo y despertando en los cambios de paradas, como si me hubiese tragado un despertador.

Paré a cenar en un restaruante de los de barra antes de volver al hotel y caer redonda. Después, Takayama.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El ryokan





12 de noviembre de 2010 (noche)

Termina la excursión y salgo para el ryokan, en Hakone. No es uno de esos ryokan lujosos que salen en los reportajes de televisión. La entrada parece una cueva excavada en la montaña con un porche de madera. Dejo los zapatos en el casillero de la puerta y cojo una de las babuchas que esperan en hilera a los visitantes. Apenas hablan inglés, pero nos entendemos.

Habitación Bambú número tres. Corro la puerta y me quedo sin palabras. Una de las paredes es una gran ventana de cristal que da al cauce de un río cuyo nombre desconozco. No hago mucho por recordar los nombres. Nada más entrar he deseado tener sueño para dormirme escuchando el agua que corre. Le pregunto a Kutsume, la señora que me atiende, y me dice que el río se llama algo parecido a "hayaku" (rápido). El nombre perfecto. El agua corre hacia el mar como los niños que van a ver el océano por primera vez.

Me pongo el yukata. Abriga porque es de algodón. Me queda ancho y corto. Japón no está hecho para mis medidas, pero, aun así, es cómodo. Tanto quejarme de sentarme en seiza en las clases de aikido y ahora agradezco el entrenamiento porque aquí todo está a ras del suelo.

Los onsen sí están hechos a mi medida. Por fin el agua tan caliente como yo quiero. Me habría quedado toda la tarde. Colocas el cartel de "ocupado". Te quitas el yukata. Lo doblas. Te lavas y te metes en el agua. Todo es silencio. No piensas en nada. Quizá sólo he pensado en qué tipo de araña sería la que había en el techo.

Escribo mientras ceno. He perdido la cuenta de los platos. Kutsume me explica qué es cada cosa y cómo se prepara. Es como un cuadro. Me encanta la comida...Casi toda. No hace mucho tuve una mala experiencia con el sashimi y encima he descubierto que si no está cortado fino, no me entra. Por culpa del sashimi vivo uno de los episodios que, seguro, serán de los más bochornosos de la historia de mis viajes.

No quería ofender a nadie dejando en la bandeja lo que para ellos es un manjar. He visto un paquete de cleenex y he visto el cielo abierto. He cogido el plástico y he metido dentro los trozos que sabía inaceptables para mi estómago. Los he aplastado hasta hacer una pasta.

Vuelvo a la cena. Viene Kutsume a retirar la bandeja y se queda. Me da una clase magistral sobre cómo contar en japones con toallas, frutas, termos y todo lo que pilla a mano. Mai, dai, ko, hon,bon, pon...Así seguro que no se me olvida. Dice que aun siendo japonesa a veces le cuesta. Seguro que es para consolarme.

He esperado a la madrugada para ocultar el cuerpo del delito en la manga del yukata y tirar el contenido de la bolsita por el modernísimo inodoro.Antes hago una mini prueba para asegurarme de que el chisme traga bien. Sólo me faltaría atascar el onsen con un trozo de atún crudo. No quiero ni pensar en cómo me quedaría si, como consecuencia de una fontanería creativa, estando a remojo en agua caliente de pronto me saliera un trozo de atún crudo disparado desde la cañeria por la que entra el agua. Más de uno me retiraría la palabra si se enterase de esto, hay mucho fundamentalista nipón nacido en tierras occidentales.

En el avión leía un relato de un libro de Ishiguro que me prestó mi hermano. Un músico sin éxito y una famosa dedicada a vender exclusivas salían de excursión nocturna por un hotel con las caras vendadas después de una operación de estética. El músico acaba con la mano metida en un pavo relleno para recuperar un premio que previamente habían robado. Me reía más al pensar que esas cosas pasan, sobre todo por que les ocurren a otros.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Fuji San







12 de noviembre de 2010

Acabo de ver las hojas cayendo de los árboles cerca de la quinta estación del monte Fuji. Caen despacio, pero son de tantos colores entre el marrón, el rojo y el amarillo, que no da tiempo a contarlos. Voy en el autobús. Aunque sólo se escuchan las palabras de la guía y el motor, casi se oye el sonido de las hojas al quebrarse contra el suelo.

Aún no he podido ver la cima. Debe de estar nevado. No he caído. Tenía que haber quemado incienso en el templo shinto que había en la quinta estación para pedir sol durante unos segundos. No lo he hecho porque los adornos en forma de "M" sobre fondo rojo de la entrada me recordaban al logo de Mc Donalds y eso en un templo no inspira mucha confianza.

No he visto la cima, pero el monte se sentía. El viento helado me llevaba ladera abajo y me adormecía la nariz. Ha nevado un poco. No recordaba la sensación de tener copos de nieve enredados en el pelo. Echaba de menos el frío.

Me gustaría volver alguna vez en verano para llegar hasta la cima, sólo se puede subir en julio. Me cuesta entender lo que dice la guía, es un inglés extraño. Me parece entender que el primero en subir fue un japonés de muchísimos años que subió las cenizas de su padre. Lo mismo no dice nada de eso, pero sería una bonita historia. Es un bonito sitio para descansar, con estos árboles, las rocas de lava y el viento.

He mandado una postal de cumpleaños desde la quinta estación y he colocado algunos sellos con la silueta del monte en mi cuaderno. He probado el dulce de wasabi en una tienda y he comprado un paquete en una tienda para turistas. Seguro que me va bien en los ataques de hambre nocturnos en hoteles y riokanes.

No me lo creo. Ha salido el sol y he visto la cima en el camino al hotel en el que vamos a comer. La guía ha cantado una canción japonesa sobre el Fuji San cuando lo hemos visto a lo lejos. Aplausos merecidos. No he hecho fotos porque temía que se esfumara mientras encendía la cámara.

Un rato después llegamos a un hotel para comer. Nos ponen una bandeja dividida en cajitas con sushi de atún, pollo, todo tipo de verduras, un cuenco de arroz, sopa de miso y, por supuesto, té. En el hotel sí hago fotos. De lejos se veían las primeras nieves. No sé por qué esta fijación, quizá por Mishima.

Salimos para la zona de los lagos. La guía cuenta que una de las cosas más importantes de la ceremonia del té es la idea de que nunca es la misma. Puede ser el mismo lugar, pueden ser las mismas personas, pero el estado de ánimo, el tiempo y las personas mismas cambian de una vez para otra. Por eso hay que vivir cada ceremonia como si fuera única y dejar todo detrás cuando se entra en la habitación. La vida es así, por eso no hay que dejar las oportunidades. Es mejor equivocarse que pensar "qué habría ocurrido si ..."

Hemos seguido con el recorrido, muy de turistas japoneses, pero a mí me gustaba. Esto y los templos es lo único que llevo programado como excursión. El resto, ya veremos. Hemos subido al monte Komagatake en teleférico. La mayoría estaban cancelados por el viento, pero nuestra cabina era de las fuertes

Yo quería el barco pirata, pero en el lago me ha tocado el vapor del Mississipi. Tampoco está mal. Todo muy kitsch. Me he subido a la última cubierta. Me gustan los barcos y me gustan las alturas, menos en las norias. Manías. Tengo pocas pero importantes. Todo va a cámara lenta. El barco corta el agua despacio y la niebla recorta los árboles, parece que han perdido la cabeza

Se está bien sola, aunque no descarto la posibilidad de volver al lago con acompañantes de espíritu competitivo para echar carreras en los cisnes a pedales.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Primeras páginas: Tokio









11 de noviembre de 2010

Voy en el tren hasta Utsunomiya y allí cambiaré para llegar hasta Nikko para ver los templos. Es mi tercer día aquí y me alegra ver que muchas cosas son tal y cómo las esperaba. Me alegra aun más ver que muchas más tienen poco que ver con lo que había imaginado. Si la imaginación llegara a todos los rincones, viajar no tendría mucho sentido.
Es difícil imaginar un olor o una canción que nunca hemos escuchado. Puedes fantasear con quiénes te encontrarás con el camino, pero las reacciones de quienes finalmente te encuentras siempre te sorprenden. Casi todo es distinto. Los sabores que en España dicen japoneses nada tienen que ver con los de aquí. Los sonidos son menos estridentes que los que cabría esperar en una ciudad como Tokio.

Tokio es como una máquina que fluye en lugar de avanzar a un ritmo mecánico. Parece moverse por impulsos eléctricos siguiendo las indicaciones de los letreros de neón. Susana lo llama Matrix y tiene razón. Tal vez la ciudad se desvanecería si despertaran todos los que cabecean en los trenes, en los metros y en los bares que no parecen bares.

Me impresiona ver las luces, las pantallas gigantes y las pizarras cuyas letras de colores fingen parpadear en la noche gracias a un truco de iluminación. Sin embargo, es tan sólo una impresión breve a la que uno se acostumbra rápidamente. Hay otras impresiones más profundas.

Pasear por el parque del emperador ha sido como caminar hacia atrás. Piensas que tus pies están pisando el mismo suelo que los de otros que cambiaron un pedazo de historia. Entonces te das cuenta de que, a pesar del halo legendario que da a algunos lugares el paso del tiempo y la tendencia de la memoria colectiva a engrandecer el pasado, los que estuvieron allí también fueron humanos. Eso les hace más fascinantes.

Los templos de Tokio no me dejaron tanto esa sensación, pero visitarlos mereció la pena. Creo que formarán parte de los momentos que parecen leves cuando los vives y que después vuelven con fuerza multiplicada. Ahora voy a Nikko y estoy segura de que en algún momento tendré que contener la respiración.

Ahora sí


Estaba remoloneando. Me había propuesto contar por aquí mi viaje a Japón y al final me quedé dando vueltas por Facebook. Hoy hablaba con un compañero de aikido y me preguntaba qué tal por allí. Juan pregunta, Mati pregunta, JJ pregunta...Normal. Es una alegría estar rodeada de gente curiosa. Sin curiosidad estaríamos parados desde hace siglos. Hablaba con Pedro y recordé el cuaderno.
Me lo regaló mi madre hace no sé cuánto tiempo. Lo guardaba para una ocasión especial. La ocasión especial llegó. Lo metí en la mochila para tenerlo a mano. No empecé a escribir hasta que llevaba unos días en Japón. No hay orden ni concierto, y sentido, poco. Es más el viaje por dentro que por fuera. Son frases escritas a lo loco en trenes, autobuses, estaciones, ryokan y cafeterías, sobre todo Starbucks que, aunque nunca ha sido santo de mi devoción, se convirtió en una especie de puerta a lo que tenía lejos. Un capuccino caliente, una cookie de chocolate gigante y un descanso entre salidas y llegadas.
Poco antes de salir me preocupaba viajar sola. Ahora me alegro de haberlo hecho. Por un lado, la agencia (Occius, que lo bueno hay que decirlo) me preparó el viaje tal y como yo lo quería, con alguna sugerencia extra que acerté. El inglés, el poco japonés que sé, la intución y la amabilidad extrema de los japoneses hicieron que todo fuera rodado, incluso en los momentos de despiste.
Es una manera también de dar las gracias a Andrés, Carmina, José Antonio, Alberto Galán, Carlitos (que andaba por la India), Jota, Natalia, Mati, Paco Guerrero, Paco Carrasco, Fran,Tequila, Vanessa, Alberto Gallego, Conchita, Juan, Ana, Luis, Christian, el otro Carlitos, Javier, Estefanía, Jesús, Jose, Raquel, Vicen, el otro Jesús...Todos los que me han acompañado por correos y facebook. También es un agradecimiento a los desconectados virtuales, pero que me esperaban a la llegada con un kebab y un disco bajo el brazo. Sobre todo, gracias a mi familia (tito, también va por tí y el resto de las huestes cartageneras), que en lugar de decir "ay, no te vayas, ¿qué vas a hacer tú sola por Japón?", me llamó minutos antes de coger el tren para Madrid y decirme: "Chani, pásalo bien, nos hace tanta ilusión como si fuéramos contigo".
Ahí va, por capítulos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Quiero que me hagan hija adoptiva de Takayama



Así de contenta se ve a la gente por las calles de Takayama. Puede que en este caso influya el hecho de que el señor de la foto está celebrando la Fiesta del Sake, pero, por lo general, a todos se les ve bastante felices. Voy por partes.

Me he puesto tibia en el bufé libre, aunque sin alcanzar el trance en el que entran mis compañeros de Aikido en estos casos. También en esto soy sólo sexto kyu. Estaba dispuesta a ver todo lo que pudiera y necesitaba todas mis energías.

Todo es mucho más turístico de lo que esperaba, aunque no decepciona. El barrio antiguo ofrece todo tipo de comida, parece mentira que pueda haber tanta variedad, antigüedades y ropa. Lo he recorrido un par de veces para no dejarme llevar por las compras compulsivas. He comprado algunos regalos, pero he pasado más tiempo visitando museos de artesanía y el interior de casas antiguas. Ahora entiendo más algunas cosas que he leído por ahí, novelas y cuentos de escritores japoneses, historia, un poco de todo.

Sabía que había un castillo. Pregunté en el hotel y me dijeron que era fácil, que estaba en el parque Shiroyama. Pues allá que me voy. Lo que no me dijeron - y el conserje todavía estará muerto de risa - es que estaba todo cuesta arriba y que ellos, al parecer, llaman ruinas de un castillo a un lugar en el que no queda ni una piedra de lo que hubo. No vi el castillo, pues, pero el lugar parecía de otro mundo. El parque era más un bosque que un parque. Subía, subía y subía por unos peldaños de madera en un camino de tierra y musgo que no terminaban nunca. De pronto caí en la cuenta de que no sabía si quedaba un kilómetro, dos o veinte, porque no lo ponía en ningún sitio. Pero como no tenía prisa, decidí seguir porque si empiezo algo, lo termino. Como digo, no había castillo, pero sí un paisaje de otoño que te cortaba la respiración, con montañas nevadas al fondo y árboles que no había visto en mi vida. A la vuelta vi un cartel con las especies animales de la zona. Suspiré aliviada al comprobar que lo más grande eran los conejos. También podía haberlo mirado antes de subir, por si acaso.

Al volver iba al mercado de Jinya cuando escuché tambores. Salí corriendo porque si hay fiesta, tengo que estar, después ya decido si me quedo o si me voy. Era una especie de procesión. Los costaleros no llevaban túnicas y capirotes, sino camisas como la parte de arriba de un kimono, unos pantalones cortos como calzoncillos y chanclas con calcetines negros. En lugar de llevar un santo llevaban en una especie de palio a los amigotes y sacos de arroz (supongo). Paraban donde les daban Sake y se turnaban para beber jaleando al afortunado. Me admira ver cómo mantenían el equilibrio después de la hazaña. Al final hice migas con los de una de las "hermandades", a la que mentalmente bauticé como "Hermandad de la Gran Cogorza y de la Dolorosa Resaca a la Mañana Siguiente". Personalmente, esta procesión me gusta más que las de Semana Santa. Cuestión de gustos.

Sobre el Takayama Jinya, la casa del Shogun, podría escribir sin parar. De todas las casas que he visto, en directo y en revistas, me quedaría con esta, sin duda, con armaduras incluidas.

Después de descansar un poco me he dado una vuelta nocturna. He visto a un señor que alquilaba bicicletas. Quedaban veinte minutos para cerrar, pero no me iba a quedar con las ganas. Hacía años que no montaba. He recorrido las calles en las que apenas quedaba rastro de la fiesta. El aire frío me daba en la cara y creo que durante veinte minutos no ha habido nadie más feliz en esta ciudad de gente contenta.

Devuelvo la bici y entro a por un té en la única cafetería que veo abierta. Hay una señora detrás de una barra. Detrás de la señora hay un tocadiscos viejo y, al lado, un disco de Julio Iglesias. Ella no habla inglés, así que me las apaño para preguntarle si le gusta Julio (gracias, Romi). Me responde poniendo el disco. Me pone un café porque no hay té, y apoya el codo en la barra con un cigarro en la mano mientras suena 'Dulcinea'. Ella apoya la cara sobre la palma de la mano y vuelve la cabeza en la dirección en la que sube el humo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Noche de concentración

He llegado hace unas horas a Takayama. Takayama, por lo que veo, muere por las noches. Mejor me acuesto pronto y aprovecho el día para ver el castillo y pasear por el barrio de los artesanos. Estoy molida en un hotel modernísimo en el que la mampara de la ducha es transparente y hace de cabecera de la cama.

Lo más moderno es el W.C. A medida que avanzo en mi viaje los inodoros suben un peldaño más en la escala de la modernidad. Este me ha hecho pensar en una cámara oculta. Antes de ducharme he puesto el pijama doblado sobre la tapa. Lo he lanzado desde lejos. Al entrar en el baño la tapa se ha levantado sola y ha lanzado el pijama y mi ropa interior contra la pared. Ya no sólo tienen la tapa caliente, bidés interiores y simulador de ruido de la cisterna, sino que te hacen la ola cuando entras. Por otro lado, todos los que he visto desde que llegué - desde el más humilde al más sofisticado - los fabrica un tal Toto, y no es broma. Entonces me entra el ramalazo y pienso: "Este señor Toto tiene una entrevista".

A pesar de todo, de momento me quedo con el ryokan de Hakone. Mi habitación estaba prácticamente metida en la montaña, al borde de un río. La dueña, Kutsume, te contaba todo lo que querías saber mezclando un poco de inglés con mucho japonés y gestos que, aunque al principio eran confusos, al final se interpretaban bien cuando los veías dos o tres veces y los contextualizabas. Por ejemplo. De vez en cuando cruzaba los brazos sobre el pecho con las palmas abiertas mirando hacia mi. Traduje mentalmente sus palabras: "Soy fan de los Power Rangers". Sin embargo, soy muy despierta y pronto averigué que significaba "cerrado" o "no es necesario". A Kutsume le dio la risa cuando le expliqué cómo pronunciábamos las cosas en Aikido. Por lo visto nunca había oído "kotegaeshi" con acento de Algeciras.
Por mucha cama galáctica que me pongan, yo me quedo con el futón sobre el tatami.

Me ha impresionado en monte Fuji. Tendré que volver alguna vez en julio para subir hasta arriba, ahora sólo se puede hasta la quinta estación. Nevaba y el viento me llevaba dando bandazos por la plaza que hay al lado del templo. Así es como tiene que ser, por mucho guía turístico que haya, el Fujisan es el Fujisan. Tiene algo de misterio. Estás allí y te imaginas cómo sería en plena erupción, cuando sepultaba todo lo que le rodeaba bajo la lava.

Los árboles están en todas partes. De hoja perenne y de hoja caduca. Es un espectáculo ver cómo caen las hojas y ver las que han cambiado de verde a rojo, amarillo o morado. Las ciudades crecen entre los bosques, como pidiendo permiso. En todas partes tendría que ser así y no como ocurre en Europa, donde los bosques mueren entre las ciudades. De cada sitio hay que traerse lo mejor. Los que mandan están tan ocupados reuniéndose en despachos de todo el mundo que no saben lo que pasa fuera.

Me asombra la tranquilidad a pesar de la prisa. Quizá lo único que no comparto es la falta de pasión aparente. Tal vez sólo sea pudor y las pasiones, sean del tipo que sean, se dejan para el ámbito más íntimo. A veces hay que dejarse llevar para sentirse vivo. Hoy en el tren justo leía algo de Turgeniev sobre eso. Hay mucho tiempo para leer, aunque apenas veo gente con libros ni con manga, ya casi todos han hecho del móvil la mejor manera de pasar el viaje.

Lo mejor, hasta el momento, es la posibilidad de no pensar en nada. Te metes en un onsen y dejas que tus piernas floten y vuelvan a bajar, como las manecillas de un tiempo que pasa más lento que cualquier otro. Cocinar, de verdad, requiere un tiempo. Las frases, como nos explicaban en clase, llevan el verbo al final, por lo que hay que escucharlas completas para saber qué te quieren decir. Están los monumentos, los parques y los museos, pero todo eso se puede ver por internet. En cambio, estas cosas son las que nadie, fuera de los libros y alguna película, me había contado.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los dos Tokios


Tokio es, a grandes rasgos, la ciudad de los opuestos. Es el lugar de los "casi sí, pero no". Los edificios son como la gente. Esperan juntos a que pase un minuto más, pero nunca se tocan. Guardan la distancia mínima que exigen la cortesía y la prevención ante posibles terremotos. Sólo he vivido algún que otro pequeño movimiento sísmico en Graná, pero sé que los terremotos emocionales dejan muchos damnificados cuando estallan. Tienen razón, está bien mantener pequeñas distancias. Sin embargo, a veces no está mal saltarse el protocolo para darse un abrazo, pese al reisgo de terremotos, sean del tipo que sean.

Las mujeres son independientes, echás pa'lante, pero el ideal femenino parece haberse convertido en una esfinge con cara de niña, faldita de cuadros y pecho de portada de Playboy. Cantan canciones joviales en las pantallas, dan saltitos haciendo el robot y sirven cafés vestidas de camareras mitad francesas, mitad manga en los ciber cafés con cortinas de cuentas de plástico irisadas. Parecen que las vendan enteras para que no crezcan. Por suerte, algunas escapan y consiguen que el tiempo haga con ellas lo que les plazca, porque para eso es su tiempo.

Los hombres mayores son hombres, con todas las consecuencias. Algunos de los jóvenes huyen despavoridos o hunden la cabeza en sus móviles última generación cuando alguna mujer les pregunta algo. Doy fe de ello. La última moda es llevar los pelos como Tokyo Hotel y más fondo de maquillaje que La Veneno. Sucumben a los efluvios del neo-glam y a veces se pasan de rosca. Inhalar laca en cantidades masivas puede ser peligroso. Salen a la calle con los aderezos de una estrella de rock, pero sin el halo de misterio que las rodea. Ayer vi un cartel con un grupo de hombres con pinta de adolescentes hipermaquillados y estuve a punto de entrar. Con tanto kanji me costó entender que los servicios que ofrecían eran otros. Me di cuenta a tiempo.

Son generalizaciones, por supuesto. Hay situaciones que no responden a los estereotipos. Si se mira con atención veo el Tokio que cuenta Muarakami y restos de las historias de Mizoguchi. Hay cientos de años que se pliegan sobre los edificios antiguos, que plantan cara a los de última generación. Aquí la palabra "anciano" sigue tiendo más peso que "viejo", pese al canto absoluto a la juventud.

Me pregunto qué tiene que pasar para que miles de personas se atrincheren durante horas para jugar al Pachinko. Tampoco somos tan distintos. Nosotros tenemos el fútbol y a Belén Esteban. Los que tienen algo más en qué pensar están tan ocupados viviendo que escapan a la mirada de los turistas que vuelven a sus países con la imagen del toro, la playa y las juergas de discoteca. Somos eso, pero también otras cosas. Miro a los que duermen con la cabeza descolgada en el metro y llego a la conclusión de que también sueñan con algo más que con lolitas desproporcionadas y premios de pachinko.

martes, 9 de noviembre de 2010

Incursión Kamikaze

Me tenía que haber dado una vueltecita pequeña, pero si me descuido acabo en Nikko. He llegado totalmente descolocada con el jet lag. Sin dormir y sin saber por qué día andaba. Y eso si hablamos de tiempo porque la cuestión espacial es peor. Mira que me lo dijeron los de U2 y no les hice caso. Pues es verdad, las calles de Tokio no tienen nombre. Son números que me hacen pensar más en la primitiva que en una dirección concreta. No sé si me acustumbraría.

Me he dicho: "salgo un poco a tomar el aire". Al final me han dado las tantas curioseando por ahí. Me he puesto a prueba, a ver si podía entrar en las tiendas sin comprar. He fracasado, claro, pero tampoco me he vuelto loca.

Me ha servido para aprender un par de cosas. Definitivamente, es mejor usar el poco japonés que sé porque el inglés tiene consecuencias imprevisibles. Si me llego a fiar del recepcionista, mañana me manda a la otra punta de Tokio, cuando el lugar al que quiero ir - según he comprobado en google maps - está casi al lado de mi hotel. Al cenar estaba escogiendo entre dos platos y al final me han puesto los dos. Como la comida no se tira, pues hala. Dudo que desayune mañana.

He aprendido que no somos tan distintos como dicen. Me decían que no había ni un papel en el suelo y el centro está plagado de papeles y colillas de cigarro. Claro, tanto venir a España que hemos acabado por contagiarles lo más destacado de nuestro folclore. Los dependientes también te hablan en japonés ralentizado cuando ven que no les entiendes. Decían algo de "microooo-chiiiiisu". Entonces vi la luz y entendí que no cogían mi tarjeta porque tenía el microchisu de las narices. No importa. Suelo tener plan B, así que no pasa nada.

Por lo demás, me encanta. El camino desde el aeropuerto es un poco desalentador. Creo que todos los caminos que unen los aeropuertos y las ciudades son más iguales de lo que se piensa. Cables, casas un poco más amplia para quienes quieren espacio y lo pagan con la distancia, hoteles de carretera como hechos de cartón piedra y fábricas que parecen a punto de desfallecer. De pronto llegas y ves los primeros edificios. Y verde, mucho verde entre tanto rascacielos. No sé cómo lo hacen. Al principio parece un poco gris, pero se encienden las luces y ocurre el milagro. Las puntas de los rascacielos rascan en el tiempo hasta que abren un agujero que lleva a la ciudad y a sus habitantes a un siglo hacia adelante. Nadie mira, nadie juzga. Si les hablas, te contestan con toda la amabilidad del mundo; si no, no existes. No se está mal aquí.

Me muero de sueño. Quiero madrugar, que hay mucho que ver.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Primera parada

Echaba de menos esto. No, las obras no. Echaba de menos asomarme a la ventana y ver la ciudad al fondo, la sensación de no tener nada que hacer salvo pensar a qué dedicar todo el día por delante y levantarme pensando en lo bien que lo he pasado la noche anterior. Sobre todo, echaba de menos a los amigos a los que, en el mejor de los casos, veo de año en año.

Aterrizas en una ciudad en la que no te pueden tratar mejor. Algunas familias han aumentado en tu ausencia (hola Brutus, hola Lalo). En general nada ha cambiado mucho. Bajas del tren, te pones al día rápido, comes algo y acabas en un pub de barrio tomando unas cervezas con música en directo.

Hubo momentos tensos, no diré que no. Si hay algo que temo más que cantar en público es tener que hacerlo estando afónica perdida. El corazón se me aceleró cuando la estrella del espectáculo comenzó a pasearse entre la gente micrófono en mano. Se acercaba a sus víctimas, les cogía la muñeca, les miraba a los ojos y, ¡zas!, les enchufaba el micro. Confieso que cuando la ví acercarse repasé mentalmente cómo se hace un kokyy ho gyaku hammi. Pero no, si algo he aprendido es que la violencia no es el camino. Finalmente opté por mis mejores armas: la velocidad y el camuflaje. Salí corriendo en cuclillas, agradeciendo la estabilidad que me da tantísimo caballo cuadrado, y un señor argentino de la barra se ofreció amablemente para hacer de escudo humano. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Me quedan casi dos días por delante entre las obras de gallardón. Comidas, cafés, paseos y charlas con esos que, aunque apenas los veo, siempre están. El lunes madrugón y....No me gustan nada las rimas fáciles.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Juan

Esta noche me he cruzado con Juan. Venía de clase a las tantas, dándole vueltas a todo. Lo típico cuando caminas por calles vacías y empieza a hacer frío. Desde el coche hasta la esquina dudaba si comprar o no un móvil nuevo. Desde la esquina hasta el semáforo me sentía triste al preguntarme por qué alguien con quien hablaba durante una, dos o tres horas todos los días ahora sólo me dedica un par de frases por semana. Desde el semáforo hasta la esquina del Mc Donalds sonreía: "estuvo bien la sesión de cine doble del sábado con mi hermano". Pasado el Mc Donalds me cruzo con Juan.

Sé cómo se llama por Andrés. Antes era el chico de los pómulos hundidos, el pelo revuelto y el cigarro de liar siempre por encender en la mano. Era el chico con pinta de pedir, pero que nunca me pedía. Sale en una foto que le hizo Andrés. La foto anda ahora por una exposición. Esta noche Juan carga una columna de ordenador. Es un ordenador de esos que ya no queremos los que tenemos ordenador de mesa y portátil y lavadora y varios pijamas para escoger el que más se ajusta a nuestro estado de ánimo.

- ¿Has visto tu foto, Juan?
- ¿A qué está guapa?
- Es un fotón.
- Aquí voy, a ver si vendo esto para comprarme un bocadillo en el moro.
[Calculo mentalmente las posibilidades de que alguien compre el cacharro y busco algo en la cartera]
- Gracias. ¿Entonces te gusta la foto?
- Mucho, Juan.

Juan se va con la columna. Espero que se compre el bocadillo. Espero que se lo gaste en un par de cervezas. Espero que lo eche en una máquina y saque una pasta. Espero que tire una de las monedas al aire para formular un deseo si cae cara. Esas cosas funcionan.

Desde el Mc Donalds a casa pienso en la foto. Habrá quien diga que Andrés, y otros como Andrés, retratan la miseria. Es cierto, pero estas fotos no cuentan las miserias de Juan, sino las de los que van tirando ordenadores y móviles por ahí cuando todavía funcionan; las de los que dejan de lado a la gente que daría por ellos lo que no tienen; las de quienes se preocupan por el paso del tiempo en lugar de vivirlo. Recuerdo el texto que acompaña al retrato de Juan en la exposición y pienso en aquellos cuya avaricia hace que ya no pueda leer en la prensa los escritos de su autor.

Hago examen de conciencia y asumo mi parte de culpa, pero sólo mi parte porque no tengo vocación de mártir. Luego dicen que la fotografía ha perdido su capacidad de agitar conciencias. ¡JA!

miércoles, 20 de octubre de 2010

Por amor al arte

Mis contactos recientes con las artes plásticas me han hecho ver la luz. Antes pensaba que una obra de arte requería tiempo y conocimiento. Creía que una galería debía reunir ciertas condiciones de luz, espacio y criterio en la selección de las obras. Mi ignorancia nunca dejará de sorprenderme. Al fin he comprendido que un plástico pintarrajeado ondeando al viento es arte urbano, y que para ser galerista sólo necesito una subvención para alquilar un cuartucho en cualquier patio de vecinos.
Tras analizar los pros y los contras, he decidido montar una galería en el cuarto de baño de mi casa. De este modo, podría compaginar mi actividad laboral con las tareas domésticas y mis inquietudes artísticas. Hoy he empezado mi porfolio con la obra 'Alienated Tomtar'. Aclaro de antemano que el logo de fondo no es un despiste, sino una manera de mostrar a las instituciones cómo quedarían sus emblemas en mis creaciones. Estoy dispuesta a ir a lo grande, así que me salto Ayuntamientos, Diputaciones y Consejerías para dirigirme a los ministerios. Mi obra será tan versátil que me permitirá cambiar el discurso según la institución que quiera asaltar. Por ejemplo:
- Ministerio de Economía y hacienda: (el mensaje es tan obvio que temo ofender al encargado ministerial de estos asuntos, pero ahí va por si acaso) La crisis ahoga a la sociedad, que tiembla estremecida. El Gobierno, al fondo, contempla impotente cómo los pobres ciudadanos están a punto de sucumbir. Su rostro muestra un gesto inteligente y decidido que sugiere que guarda en la manga la solución a todos los males.
- Ministerio de Igualdad (de momento RIP, pero a este ritmo no hay que descartar que resurja como el ave Fénix): La sociedad ahoga a la mujer, que tiembla estremecida. (En esta ocasión la modelo lleva una barba postiza que simboliza el derecho a la igualdad absoluta) . Bibiana Aído, al fondo (y con bigote para demostrar su solidaridad con las que llevan barba), contempla impotente cómo su pobre ministerio acaba de sucumbir. Su rostro muestra un gesto anodino que emplea intencionadamente para despistar a los atacantes y atacantas de la libre condición del género femenino.
- Ministerio de Asuntos Exteriores: La globalización ahoga a España, que tiembla estremecida. (En esta ocasión el modelo lleva un gorro rojo y unos zuecos amarillos en honor a los colores patrios). Europa, al fondo (y con un mono que demuestra que su corazón siempre ha sido y será obrero) contempla impotente cómo el país de la fiesta sucumbe ante la falta de presupuesto para salir de parranda. Su rostro muestra un gesto paternal que revela que está dispuesta a enviar a España todos sus buenos deseos para que pase el mal trago.
[Me temo que se nota mucho que el trabajo y el gripazo que he cogido me han dejado sin actividades extraescolares durante algún tiempo ]

viernes, 15 de octubre de 2010

Genios en la sombra

No todos los genios reciben el reconocimiento que merecen. Hace unas horas he sido testigo de la obra de un maestro. Estaba en un conocido bar de montaditos con los amigos. Es uno de esos locales con apariencia de establecimiento con solera y entrañas de Mc Donalds. Para quien no lo sepa, la cosa funciona así: coges la carta, apuntas los números de los montaditos y las bebidas, entregas la carta con tus comandas en la barra, pagas, te dan el tique y apuntan tu nombre para llamarte por el micrófono cuando todo está listo.
Allí estábamos, hablando - muy en nuestro papel de tertulianos de bar - de las formas, los fondos, el origen del alfabeto y de los mensajes metafísicos ocultos en las plataformas del Super Mario. Mientras, los nombres desfilaban desde el micrófono como parte de la música de ambiente. "Pedro", "Mari", "José Antonio", "Juan Luis"... ... ...."Otto Von Bismark". Sí, por el micrófono sonó "Otto Von Bismark", con todas sus sílabas.
Me parto. Habrá a quien no le haga ninguna gracia, pero a mí, no sé por qué, me pareció brillante. Si hubiera llevado sombrero, me lo habría quitado ante semejante demostración de conocimiento aplicado. Una columna me impidió ver al supuesto Canciller de Hierro recogiendo sus montaditos.
También es de destacar la perfecta ejecución de la chica del micrófono. Ni la más mínima inflexión en su voz. Lo soltó con la misma naturalidad que, unos minutos antes, llamaba a Pedro o a Mari. Algunos lo atribuirán a las presuntas lagunas históricas de la ejecutora. Yo prefiero pensar que sabía de sobra quién era herr Otto y que una profesionalidad extrema le ayudó a aguantarse la risa o el cabreo. Prefiero creer que hay camareras que algún día dejarán la bandeja para doctorarse en historia. Sé que es posible, tan posible como operarios del servicio de limpieza municipal que cuentan cuentos senegaleses cuando sueltan la escoba , funcionarios que construyen novelas en sus ratos libres, pastores que dibujan escenas espaciales en cuadernos apaisados y archiveros que cada día se enamoran de una letra diferente. Yo sé que existen porque los he visto, sólo hay que esconderse y mirar por el ojo de la cerradura.

lunes, 11 de octubre de 2010

Los misterios del lejano Oriente

Había cerrado el blog por enésima vez en una enésima crisis existencial y narrativa. Nada que contar, o, al menos, pocas ganas de hacerlo. Estaba totalmente decidida a no reabrirlo, pero vuelvo a estar motivada. Mi querido amigo Andrés ha ganado el premio Migraciones de la Junta de Andalucía. Ésa es la noticia que a estas alturas, y no gracias a él precisamente, todos conocen.
La noticia extraoficial y la que quiero contar es otra. Estoy a la espera de que el Ministerio de Asuntos Fotográficos y Turísticos japonés me confirme lo que ya es mucho más que un rumor en tierras niponas. La institución le ha seleccionado entre los candidatos a la Fotografía del Año.
La imagen que aspira al galardón, el más prestigioso en la tierra del sol naciente y de Doraemon 'El gato cósmico', es la que acompaña a este texto. Se titula 'Psiquiatra algecireño busca su superyó en Hiroshima'. El jurado ha destacado en un comunicado de prensa la "destreza con la que el autor emplea la perspectiva, la composición y la luz".
"Nos ha conmovido especialmente la utilización de la luz para contrastar el original humano, encarnación del yo - aunque con vestigios muy acusados del ello -, con el ideal del superyó al que da vida su sombra, se nota que ha leído y asimilado los escritos de Tanikazi", apunta Tadao Adachi, portavoz del jurado.
El modelo, Jorge García Téllez, discrepa de un análisis que ha calificado de "extremadamente simplista y naif", pero coincide con el jurado en que la ejecución artística es impecable. "Olvidaremos el asombro que me causa el hecho de que hayan omitido la perfección de las líneas del modelo y la belleza del salto en sí", ha dicho García Téllez haciendo gala de la modestia que, según su entorno, le caracteriza. "Sin embargo, está claro que Andrés Carrasco ha decidido por fin seguir las líneas artísticas que le marqué durante nuestro viaje a Japón porque le veía un poco perdido".
Más allá de las pequeñas diferencias, resulta evidente que Carrasco y García Téllez forman un tándem artístico equiparable a simbiosis memorables de la historia de la fotografía como Man Ray y Lee Miller, Gerda Taro y Robert Kapa, o Anton Corjbin y Depeche Mode.
El premio, de confirmarse, no será más que una anécdota en comparación con la verdadera noticia: el principio de una nueva etapa que hará historia en los anales de la fotografía.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Los androides también sueñan con el Florida


Aclaro, ante todo, que no soy de esas que llegan a un sitio sólo para repetir lo mal que están las cosas. Aquí, en general, estoy mucho mejor de lo que habría imaginado. Dicho esto, después de seis años de convivencia en armonía y de servicios varios a la comunidad me he ganado el derecho a quejarme.
Poco después de aterrizar en esta ciudad vi 'Danza Macabra' en el teatro Florida, con José Sacristán y Mercedes Sampietro. Pensé que todo el monte iba a ser orégano y durante un tiempo fue así . Ya no hay teatro, sólo obras con un último acto prorrogable hasta el infinito. También había un cine que ahora es una discoteca con ínfulas de paraíso 'vip'.
Me desfogo buscando algo de lo que me guste escribir cuando lo hago por cuestiones de trabajo. Reconozco que los gentilicios son un aliado poderoso para barrer para casa. Los talentos casi siempre emigran, pocos se quedan. Cuando los que se van hacen algo interesante, basta con poner "el actor algecireño fulanito" y ya tengo competencia territorial. Yo gano y los lectores, cuya existencia se me antoja a veces tan probable como la vida en las lunas de Saturno, también.
Hoy le ha tocado el turno a dos hermanos de aquí, residentes en Madrid, que se están hinchando a ganar premios en el extranjero con un cortometraje y en España, nada. El caso es que Rutger Hauer, el replicante de 'Blade Runner', dirige uno de los festivales en el que tienen todas las papeletas para ganar. Después de hacer una pausa para preguntarme por qué todos recordamos a Demis Roussos por el "triquitriqui" y no por la banda sonora de 'Blade Runner', vuelvo a la cuestión.
He visto cosas, como dijo el androide, pero me preocupa que se no haya teatros ni cines para ver al hermano actor en acción. Me preocupa que sólo haya una librería en la que el hermano escritor pueda venir a firmar sus libros. Un querido amigo dice que los grandes talentos crecen mejor en circunstancias adversas extremas. Tal vez sea por eso.
A lo mejor infravaloro la gestión cultural de esta y otras ciudades equivalentes. Puede que se trate de una estrategia calculada. Saben que hay mentes preclaras que se volverían indolentes ante una oferta excesiva. ¿Qué habría sido de las hermanas Bronte si hubieran existido los vuelos 'low cost' y la minifalda? ¿Habrían compuesto los de U2 el 'Bloody Sunday' en una Irlanda sin conflictos? Es una pena que, aparte de un don innato para la pataleta, no tenga grandes talentos que florezcan regados por las privaciones.
Por suerte, quedan los fotógrafos, los borradores de libros en busca de editor, un dúo de diseñadores gráficos que triunfarían en Nueva York y alguna noche para recordar en el María Cristina.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Incompatibilidades

Luego me quejo de que no tengo tiempo para nada. Al final ha sido más fuerte que yo y también me he apuntado a clases de kung fu. Habrá quién diga, y estoy de acuerdo, que sería preferible que antes aprendiera a rodar en aikido en lugar de hacer el avestruz cuando voy al suelo. Estoy en ello. En cuanto mi brazo esté bien del todo, no pararé hasta que dejen de conocerme en los tatamis de toda la comarca como "El pequeño alud" y comiencen a llamarme "La pequeña bola de nieve que rueda por la montaña sin apenas tocar la ladera".
Era feliz hasta que ha llegado el momento de hablar del vestuario. Yo estaba tan contenta con mis pantalones de chándal y mi camiseta, pero tenemos que llevar kimonos. Hasta ahí bien. Disciplina y funcionalidad ante todo. Lo que pasa es que he descubierto que ambos conceptos son irreconciliables con el de "estilismo favorecedor". Con el kilometraje que gasto de pierna, la parte de arriba correspondiente deja sitio para tres como yo. Lo importante es la movilidad, así que bien...Hasta que el sensei maligno ha decidido que quiere hacer una sesión de fotos para la web con todos equipados de pies a cabeza.
Estaba mirando kimonos de kung fu por internet y he encontrado este modelito (veáse foto). Creo que es mucho más favorecedor, si obviamos la ordinariez de los tacones tipo "son 50 euros el servicio completo" y el hecho de que no veo la manera de levantar las piernas más de tres centímetros del suelo con semejante atuendo. Llego a la conclusión de que hay que sacrificarse por la causa.
Al menos espero que antes de la sesión de marras nos enseñen a utilizar algún arma que me tape la cara por completo. Al final tendré que darle la razón a Andrés, que con la sabiduría que le caracteriza, no se cansa de repetirme que sería mejor que me diera por hacer ganchillo en mis ratos libres.

jueves, 5 de agosto de 2010

Civilización

En días como hoy me apena que se pierdan las tradiciones. Echo en falta, por ejemplo, la sana costumbre de echar aceite hirviendo muralla abajo. No hablo de abrasar a nadie de forma indiscriminada, que no se me malinterprete. Hablo de medidas justificadas contra quienes agotan tu paciencia después de varios intentos de negociación fallidos.

Dentro de nada serán las tres de la mañana y madrugo. Muy probablemente tendré que conducir, así que debería estar dormida desde hace un par de horas mínimo. Pues no me dejan. Un grupo de señoras se ha parapetado debajo de mi ventana a contarse historias que, si las entendiera, diría que aburrirían a un muerto. Se las escucha a 3oo metros a la redonda. Ellas parecen bastante satisfechas de tener un auditorio tan concurrido, así que suben la voz hasta acobardar a las pavanas más furibundas.

Están justo debajo de mi ventana. Miro por la rendija entreabierta y descarto el diálogo de entrada porque estas parecen de las de "pues ahora sí que no me voy". Pese a la ausencia de negociaciones, su actitud desafiante justificaría una reacción proporcionada por mi parte.

Mi lado racional me detiene. Me dice que las ordalías, los empalamientos y las catapultas son cosas de tiempos bárbaros que, afortunadamente, quedaron atrás. La pena es que la civilización haya llegado a algunos sí y a otros no. Hay pocas cosas menos democráticas que la civilización.

Un momento.Escucho el vocabulario que se se gastan las señoras y los alaridos que pegan cada vez que alguna intenta abandonar la manada. Llego a la conclusión de que me he equivocado. Yo pensando que eran unas incívicas y resulta que en realidad acaban de salir de alguna cueva.

¡Qué injusta he sido! Probablamente hayan atravesado un agujero de gusano directamente desde el Paleolítico Medio, con el miedo que tiene que dar estar en la puerta de tu osera tan tranquila y aparecer de pronto en una urbanización de la Costa del Sol. Pobres, tengo que ayudarlas.

Si vuelven mañana, bajaré, les pediré disculpas por mis juicios precipitados y me ofreceré educadamente a buscarles un agujero espacio-temporal que las lleve de vuelta al antro del que han salido. Seguro que me lo agradecen.

jueves, 29 de julio de 2010

Noche canalla



Mañana estaré hecha polvo. Soy consciente. Da igual. Hoy es hoy y mañana es mañana. Aunque mañana es hoy y dentro de dos horas y media estaré preparándome para un nuevo día para el que, en realidad, aún no estaré preparada. Como he dicho, no importa. Hay días y, sobre todo, noches, en las que hay que dejarse llevar.

Una pulga de morcilla, una tapa de atún con queso y un tinto de verano sólo podían ser el indicio de que algo bueno estaba por venir. Debo decir que soy propensa a los momentos extraños en los lugares más convencionales. A veces envidio a los personajes de las novelas de Murakami por no tener miedo a perderse en las noches de Tokio y encontrar a los que nadie echa de menos. A veces me doy cuenta de que no tengo nada que envidiar.

Salgo del concierto de La Canalla con las pilas cargadas y sin ganas de volver a casa, aun sabiendo que el día siguiente comenzará mucho antes de lo que desearía. Acabamos en un local medio egipcio, medio irlandés. Cosa de los estilismos meriníes. Conchita, el Téllez y yo le damos muchas vueltas a todo para llegar a la conclusión de que el mundo no tiene remedio pero que nosotros, lo que es nosotros, estamos bien.

Vuelvo a casa. Antes paro un segundo en el Café Teatro. Intento que Chipi me dé los nombres de los músicos para la crónica de mañana, que ya es hoy. El nombre del pianista se convierte en una historia que me hace desear ser Murakami, Raymond Carver o El Chipi para poder contarla. No lo soy, así que ahí se queda, para los que estábamos.

Consigo los nombres, más o menos, y me dispongo a ir a casa. De pronto el camión de la basura se para y un hombre con sombrero cordobés y chaleco rerflectante se arranca a cantar. Saco la cámara. No hay tiempo para medir la luz ni las consecuencias. Yo tiro aunque la foto no valga nada. Quiero quedarme con el momento. El hombre del sombrero es El Lolo, un señor que este mañana prematuro se jubila después de 30 años trabajando para el servicio municipal de limpieza. Se retira y canta, a las tres de la madrugada, rodeado de un público que quiere más de todo porque la noche es joven, pero ellos ya no tanto y quieren apurar hasta el último trago. Canta sevillanas y a mí me falta un segundo para arrancarme a bailar.

Son días.


martes, 27 de julio de 2010

Al final resulta que yo también soy retro

Cuando era mucho más joven escuchaba a los que decían lo bueno que era todo en sus tiempos y pensaba que no me pasaría a mí. Me ha pasado y resulta que no está tan mal. La visión retrospectiva me hace reconocer unos síntomas que en su momento pasé por alto. Ahora los reconozco y los acepto, igual que un corte de pelo que al principio no te convence y al final te hace ver lo cómoda que estás sin largas sesiones de secador.

Sigo comprando discos, lo he dicho muchas veces. Crecí con la ilusión de quitarles el papel de celofán y escucharlos hasta que me los sabía de memoria. Ahora escribo mientras escucho Vaya Con Dios en Spotify, el equipo de música me queda fuera del alcance del ordenador, pero no es lo mismo. Los discos serán todo lo que tú quieras, pero no se paran de pronto entre canción y canción para endiñarte un anuncio en el que un coro de mujeres reprimidas por los clichés de la música publicitaria canta "libérate, libérateeeee...".

Hay más. A veces las prisas me hacen comer cosas cuya etiqueta me hace preguntarme si no habrán puesto en los ingredientes la composición del plástico por error. Es la necesidad. Donde me pongan la comida casera... De pronto me ha venido a la cabeza el hígado con tomate que hacía la madre de Carlitos y que Carlitos tenía la amabilidad de compartir. Eso, las compañías, y las fiestas en las que el Cristo amanecía con un chupito en la mano y un cigarro en la otra, eran lo único que se salvaba del piso de estudiantes más abominable que he visto jamás.

Hoy hacía una entrevista a las tantas de la noche y la conversación se prolongó más allá de la entrevista. Es mucho mejor media hora de conversación con un semidesconocido que tiene algo que decir que decenas de horas por facebook con alguien que enmudece cuando te tiene delante como si estuvieras de cuerpo presente. El facebook se queda, definitivamente, para los que están lejos o para ahorrarme los SMS que tanto me cansan.

Seguramente me compraré un e-book cuando quiera hacer un viaje largo sin dejarme los riñones en el intento, que bastante tiento ya a la suerte con mis caídas de aikido. Aun así, me sigue gustando mucho más la sensación de notar cómo me descuelga el libro de las manos cuando intento leer más allá del sueño. Como se me descuelgue el e-book, adiós, adiós.

Hay sensaciones que te abren una puerta. Una palabra te lleva a una canción, una canción a un libro, un libro a una foto, una foto a un gesto y un gesto a otro gesto directamente proporcional.

No sé, a mí esas cosas no me pasan con las cosas de la era digital. ¿Qué se le va a hacer?, soy un antigua.

viernes, 18 de junio de 2010

El hombre de las comas

"Al día siguiente no murió nadie"
Ocurrió en un libro de Saramago. Hoy no. Si hoy la muerte hubiera decidido tomarse unos meses de vacaciones, el escritor habría tenido tiempo para dejarnos otro libro más. Cuando muere un ser querido al que conocemos, deseamos haber tenido al menos un día más para haberle dicho lo que nunca le dijimos. Cuando muere un ser querido al que no tuvimos el gusto de conocer, empezamos a jugar con ideas imposibles.
No le conocí, pero una vez me crucé con él. Me entregó un diploma en mano. Habría puesto la foto con esta entrada, pero significaba tanto para mí que se la di a mi abuelo. Fue una sensación extraña. En la foto salía con cara de alelada, mordiéndome la lengua para, en contra de lo que acostumbro, no decir nada inconveniente. De pronto, tenías delante de tí a alguien que sólo existía a través de sus palabras, tan poco amigas de los puntos.
No suelo distinguir entre literatura con mayúsculas y minúsculas. Leo casi de todo, según el momento, pero en su caso hago una excepción: es mayúsculo. Sus libros, como todos los libros, tienen dos historias para mí: la que cuentan y la que vive el propio libro. Un ejemplo. Empecé a leer 'Las intermitencias de la muerte' en Madrid. Me dejé mi edición de bolsillo en un taxi cuando me faltaban sólo tres o cuatro páginas para terminarla. Un año después alguien me regaló el libro y volví a empezar desde el principio. No fue una pérdida de tiempo.
Era un mago de las formas y del fondo, un buceador capaz de sumergirse en las aguas más profundas para traer consigo lo que sólo los buceadores expertos pueden encontrar en el fondo del océano. Quiero creer que no es uno de los últimos de una especie en extinción.

viernes, 23 de abril de 2010

Bodegón

A veces mi historia de los últimos días se me acumula en los brazos cuando cruzo la calle Ancha. Llevo bolsas y objetos diversos que se me han ido amontonando en el maletero del coche. Llego, aparco donde puedo y, nada más cerrar la puerta, empiezan a entrarme las prisas por llegar a mi casa.
Vuelvo ya de madrugada. Cojo mis pertenencias. La bolsa con el kimono y el bolso en el hombro derecho y, algo más abajo, colgando del codo, dos kilos de naranjas del Tesorillo, no tan frescas como ayer cuando las compré en la rotonda que va a Torreguadiaro. Del mismo lado, sujeto un chaquetón que esta noche no necesito.
Hombro izquierdo. El bokken en su funda y el jo que me ha prestado Jorge para practicar un poco (gracias mil), sin ser consciente del peligro que supone para la integridad del mobiliario de mi casa y para la mía propia. Sostengo contra el pecho uno de mis cuadernos de japonés. A ratos intento poner orden en el vocabulario, aunque se me resiste. El método no es lo mío.
Voy pensando en mis cosas. Pienso en el marrón tremendo que tengo dentro de unas horas. Una doble página a hacer en sábado para la que necesito precisamente a esos gabinetes de prensa que, en el 99,9 % de los casos, ponen el modo 'off' a partir de las tres de la tarde del viernes. Tap, tap. Suenan mis tacones y me dicen que piense en algo más agradable. Pienso en algo más agradable, pero me doy cuenta de que es poco probable que ocurra, así que cambio de pensamiento. Tap, tap. Pienso en que me gustaría poder hacer sonar las suelas de mis zapatos como lo hacían Ginger y Fred. Tap tap. Me llega el olor a las naranjas y me pregunto por qué me meto en los fregaos que me meto, como si no tuviera suficiente. Tap, tap. Escucho música en la cabeza, a veces me pasa, no me suena, pero la descarto, no sea que haya alguien de la SGAE escaneando mi cerebro. Estos cobran por todo.
Miro a la gente que pasa. No llevan cosas en las manos, como mucho un bolso, así que no tengo muy claro qué han hecho en las últimas horas. Sí sé que harán los que llevan bolsas de plástico con botellas de refrescos, hielo y alcohol barato. Mañana jurarán que nunca más, a sabiendas que repetirán el próximo fin de semana.
Tap, tap. Llego a casa y pienso que pienso demasiado. Decido que prefiero que otros lo hagan por mí. Suelto el bodegón en la puerta, mañana cada cosa irá a su sitio, hoy no. Busco el libro que estoy leyendo. Definitivamente, es agradable que sean otros de vez en cuando los que piensen y te cuenten historias ajenas. Algunos de los que viven en los libros también cruzan calles nocturnas. Otros saltan en el tiempo, hacia delante o hacia atrás, según los casos. Hoy me apetece volver al Cádiz de antes, plagado de barcos y de misterios por resolver.