martes, 24 de febrero de 2015

Hasta pronto, Candilejas


Candilejas cierra. Lo he leído en una noticia de Diario Sur que publicaba Desi en su muro de Facebook. Quien no sea de Málaga no tendrá ni idea de qué estoy hablando. Es muy fácil. Candilejas es una tienda de discos. La frase encierra, en seis palabras, todas las razones de su extinción. No hay mucho que explicar, sobre todo en una época en la que las dos últimas generaciones te preguntan si estás loco cuando les comentas que has comprado un disco.

Era asidua en mi época de universidad. Juntaba lo que podía para comprar un disco a la semana (o cada dos, en época de sequía). Primero fueron los vinilos, luego llegaron los cedés. Tenía todo perfectamente organizado:
- Discos Pat: Metallica, Iron Maiden, Anthrax, Slayer, Motorhead, Barricada, Led Zeppelin, Leize, Skid Row, Misfits, Testament, Megadeth y cualquier cosa que llevase calaveras o melenas en la carátula.
- Candilejas: Fields of The Nephilim, Nick Cave, Siouxie, Jesus and Mary Chain, This Picture, The Mission, Sisters, los Smiths, Peter Murphy, Sonic Youth, Covenant y una lista interminable de todo lo que no encontraba en otros sitios.

Entonces apenas había internet y el mostrador de Candilejas era un mundo por descubrir. Allí aparecieron, como por arte de magia, los primeros discos de EBM y algunas ediciones raras de Einsturzende Neubauten. Fran y Alex hacían un pase de prestidigitador y, ¡voilá!.

Hablemos de Fran y Alex. José Antonio siempre andaba por allí, pero eran ellos dos los que siempre lidiaban conmigo y con mis gustos volubles. Ahora confieso que siempre envidié a Álex por ese cierto parecido con Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. Fran, músico e ilustrador de talento para más señas, tenía el don de adelantarse a lo que ni siquiera yo sabía que quería.

Aguantaban con paciencia infinita la insistencia de quienes íbamos un día tras otro a preguntar si había llegado ya nuestro disco. Soportaron con estoicismo las embestidas de las hordas que les acosaban cuando se retrasaba la última edición limitada de 'Héroes del Silencio' cuando los maños melenudos estaban en pleno apogeo.

Cuando pienso en Candilejas siento en los dedos el cosquilleo que precede a una rápida pasada a los discos de las estanterías, empezando por la A y acabando por la Z; recorriendo a toda velocidad los territorios del pop, el rock, el heavy, el indie (que aún no se llamaba indie) y todo lo que se les pusiera a tiro. Primero fue el sonido sordo de los vinilos (zip-zip-zip), luego el correr atronador de los cedés (tac-tac-tac-tac) . 

Me fui de Málaga. Encontré otras tiendas de discos, pero no acababa de sentirme como en casa. Ya se olía el principio de los nuevos tiempos y quienes estaban tras los mostradores, salvo los magníficos Antonio y Amparo de Diskpol, nunca se adelantaban a lo que les iba a pedir.

 Más de 15 años después, volví a Candilejas una mañana. Allí estaba Álex, con el mismo aire a un joven Blixa Bargeld que, a diferencia del chico de la tienda de discos, sonreía más bien poco . Tras una charla rápida sobre la gira de Dead Can Dance, sacó otro de sus discos infalibles. No tenía demasiado que ver con lo que escuchaba hace años, pero, una vez más, acertó de lleno. Una pena no poder saludar a Fran, al que debo tantos descubrimientos musicales y momentos gratos.

Todo eso es lo que desaparecerá si cierra Candilejas. Hay sensaciones que son como plantas exóticas y necesitan un entorno adecuado para seguir viviendo. Sin lugares como Candilejas no hay espacio para la emoción de la búsqueda, ni del asombro ni de acelerar el paso para llegar pronto a casa y sacar el disco de la funda. Lo siento, pero para quienes vivimos aquella época, comprar por internet no es igual. Ojalá el cierre se convierta en mudanza. Yo me autoinvito desde ya a la reinaguración.




lunes, 31 de marzo de 2014

¡Que vivan los que hacen surf sobre los mostradores de los videoclubes!


Hoy me he levantado con una noticia pésima: mi videoclub ha sufrido una baja irreparable. Dijo "MI" porque después de casi 12 años de alquiler intensivo de películas lo considero bastante mío, la verdad. Soy consciente de las consecuencias de mis actos y sé que muchos me dirán "viejuna" cuando confiese públicamente que sigo alquilando películas en lugar de descargarlas de internet.

¿Qué le voy a hacer? Me siento bien yendo a un lugar en el que ya no me preguntan mis datos cuando voy a por mi dosis y en el que no se asustan cuando me voy con una selección de americanadas estudiantiles, peleas de chinos y cine de autor bajo el brazo. Saben qué película lleva mi nombre cuando llega y siempre saludan a Kumo como si fuera el mejor perro del mundo, a pesar de que en sus años mozos marcó las estanterías de un territorio que consideraba propio.

Eran dos, Edu y Mario, los dos igual de fantásticos, pero ahora, como en 'Los inmortales' (Russel Mulcahy, 1986), solo ha podido quedar uno. Las circunstancias obligan y en este caso creo que a las dos mitades de mi videoclub favorito de todos los tiempos la despedida les ha dolido por igual. Tanta descarga, tanta descarga y al final esto es lo que pasa. Alguna he descargado, desde luego, pero mis intentos de infidelidad han fracasado porque no es lo mismo, en absoluto.

Ni se me pasó por la cabeza cuando fui el sábado a por mi paquete triple de los fines de semana que me quedo en casa. A un precio de risa, tres películas que puedo devolver cómodamente el lunes. No me lo imaginaba porque Mario, como es habitual, me atendió con una sonrisa que ni los puentes trabajando ni los malos días ni una gripe le han borrado jamás.

Pues nada, me entero por Facebook de que se acabó, que la cosa está difícil y que Mario ya no estará detrás del mostrador. Y yo, chica dura a base de ver películas de acción y entrenamiento marine, he dejado caer dos lagrimones porque no me parece justo y porque somos muchos los que vamos a echar de menos sus gorras, sus selecciones musicales y sus recomendaciones certeras.

Más allá del deber (John Fasano, 2005) porque cuando las cosas se te tuercen y piensas que el amor es una mierda - precisamente tengo alquilada 'Amor' (Michael Heneke, 2012) y aún no sé si atreverme a verla - ahí tienes las fotos de Mario con Isabel para hacerte pensar que sí, que existe y que a veces le llega en cantidades industriales a la gente que se lo merece. Más allá del deber (John Fasano, 2005) porque te escuchaba cuando las cosas te sobrepasaban y te ayudaba a ver 'the bright side of life' ('La vida de Brian, Monthy Pyton, 1979).

Me apena porque esto parece el principio del fin. Es la misma sensación que producen las tiendas de discos que van amontonando existencias en pilas cada vez más reducidas, como si esperasen vender el último para decir adiós.

Yo me resisto. Seguiré yendo a por películas mientras esté por estos lares porque me gustan los videoclubes y porque siguen Edu y Linda, magníficos donde los haya.

No le pido al destino una primitiva, sino conservar mi trabajo y que mis otros proyectos salgan adelante porque me encantaría contar con alguien como Mario, que, como decimos por aquí, es un jarrillo de lata porque pa' to' vale. Ojalá alguien se dé cuenta muy pronto del potencial que tiene este chico porque si personas así van a la cola del INEM mientras hordas de tarugos rigen los destinos de este país, mal vamos.

Así que, Mario, disculpa el atrevimiento, pero hay cosas que se indigestan si no las dices. Mucha suerte a ti y a los tuyos.

Estoy segura que esto no es un 'The End', sino un 'To be continued'.

jueves, 7 de febrero de 2013

Los móviles, los inodoros y el arroz

 El corazón me ha dado un vuelco cuando he visto el estado de mi amiga Nuria en Facebook. Nuri, tan educada como siempre, informaba a sus amigos de que estaría unos días sin Whatsapp ni llamadas de móvil. Su iPhone penúltima generación acababa de sumarse a la larga lista de móviles que caen por el inodoro. Cuando los accidentes se cuentan por miles hay que empezar a pensar que la casualidad poco tiene que ver en la desgracia.

Salí disparada al cuarto de baño y allí estaba. Mi Blackberry, a la que tantas veces he salvado de la muerte, se disponía a dar un salto mortal. No es el primero de mis móviles que lo intenta. Ya perdí así a un Panasonic semiladrillo para el que programé la melodía del 'Enjoy the Silence' cuando los politonos no eran más que una utopía. Entonces no sabía lo del arroz, que es algo así como un chute de adrenalina en el pecho para los móviles agonizantes. El Panasonic murió y entonces juré que jamás volvería a pasar por lo mismo.

Es cierto que he repetido hasta la saciedad que estaba hasta las narices de mi Blackberry y de sus disfuncionalidades, pero nunca crei que fuera tan sensible. Ella siempre ha alardeado de sus defectos de fábrica y de sus limitaciones como los rasgos distintivos de una especie irrepetible. Los motivos tenían que ser otros. La pantalla iluminada ha arrojado una luz sobre el misterio.




Sinceramente, no creo que sea para tanto. Es cierto que a veces mi Whatsapp está que echa humo, pero ¿qué culpa tengo de ser tan popular? Su mensaje destila rencor hacia el Samsung Galaxy III mini que la ha sustituido en mi bolso. Ha quedado relegada a los Whatsapp - hasta que las erratas del Swipe dejen de ser un peligro para mis relaciones sociales - y a las llamadas a Gibraltar que, dicho sea de paso, maldita sea la tarjeta de llamadas internacionales de Orange (¡vaya timo!).

Afortunadamente llegué a tiempo. De todos modos, desde el incidente de la Panasonic siempre tengo un paquete de arroz cerca del inodoro porque los tiempos de respuesta marcan con frecuencia la diferencia entre la vida y la muerte.

Aún está un poco aturdida. La meteré también en el bolso para que no se sienta desplazada. No termino de ver claras la causa de su arrebato suicida. La comunidad científica ya ha descartado que los Lemmings y los pingüinos emperadores se suiciden para restablecer el equilibro natural. No soy quién para rebatir a los expertos, pero creo que algo de eso hay en las huidas de los móviles retrete abajo. Quizá son conscientes de la superpoblación y han decidido sacrificarse para que los nuevos modelos mejoren la especie. Tal vez es otro caso de obsolescencia programada y no es más que una argucia de los fabricantes para que nunca dejemos de comprar. No sé nada, sólo que es mejor tener siempre un paquete de arroz en casa.

martes, 3 de julio de 2012

Una jornada en el Olimpo

Creía que perder mi trabajo sería el principio de un descenso rápido y directo a los infiernos. No ha sido así, más bien ha ocurrido lo contrario. Resulta que me esperaba un destino más elevado. Lo he comprendido hoy, mientras pedaleaba en una conocida franquicia de gimnasios. Me explico.

El gimnaso que frecuento tiene una hilera de bicicicletas estáticas colocada frente al gran ventanal que da a la piscina, situada unos metros más abajo. Pedaleaba con brío conectada a mi MP3, ajena a los marcadores de kilómetros y de calorías. Estaba como en trance porque, digan lo que digan, una bicicleta que no se mueve por mucho empeño que le pongas es algo antinatural y aburrido. Mirar a los nadadores me relaja por regla general, salvo que se trate de nadadores que no avanzan. Son como bicicletas estáticas humanas que se quedan ancladas en un punto de la piscina por mucho que muevan brazos y piernas. Día tras día intento aplicar mis escasos conocimientos de física y anatomía para averiguar por qué unos sí y otros no. En algunos casos es bastante obvio, pero en otros la ausencia total de movilidad en el agua escapa a los análisis científicos. Puede que a algunos les pese la conciencia y a otros la angustia vital, y que cada visita al gimnasio sea un pequeño intento de suicidio para que parezca que fue un accidente.

Me estoy desviando del tema. Vuelvo al descubrimiento.

Mientras pedaleaba vi que éramos doce personas, pedaleando en bicicletas y mirando desde las alturas a un grupo de hombres pequeñitos ajenos a la razón de su existencia acuática. Van, vienen, van, vienen y van y vienen sin saber que están siendo observados por los doce dioses del Olimpo.

Yo me he pedido Palas Atenea antes de que se me adelante alguien. Una vez consciente de mi destino, he pedaleado con más ganas que nunca. Ahora la bicicleta estática sí tiene sentido. Nuestro impulso conjunto es lo que mueve al mundo. Los nadadores avanzan a nuestro ritmo. Cada vez que alguno de nosotros para  o abandona su vehículo inamovible, un nadador sale de la piscina. Unos vuelven. Otros no.

Ahí siguen. Plas, plas, plas, chapoteando. Hay de todo, pero nada es lo que parece. Llega una señora con  bastantes kilos de más y ya próxima a una edad que en otros tiempos era sinónimo de catalepsia. ¡Zas! Se mete en el agua y se convierte en sirena. Decido concederle 15 años más de vida. Se los merece.

Entra un chico. Tiene un aire a Apolo, pero menos afeminado. Ha tenido el buen criterio de utilizar unas chanclas hawaianas oscuras en lugar de unas sandalias doradas y ortopédicas como las que lleva el hortera de mi medio hermano. Se lanza a nadar y, ¡oh, desencanto!, la inercia le juega una mala pasada y el bañador avanza con unos centímetros de retardo respecto a su trasero. El look albañil hace que la magia se desvanezca.

Un albañil. Eso es lo que parece Zeus, que pedalea a la izquierda. A ese todo le da igual. Pone el piloto automático y va que chuta. Sólo las niñas monas le sacan de su letargo. Ahí entra una. La mira, saca su voz de peón de obra que no ha conocido mujer y dice: "¡AAaaaaaAAAAy, morena, que me convierto en león marino y te enteras de lo que vale un....". Siempre igual, no escarmienta.

Envidio a Zeus. Yo me preocupo demasiado. En realidad no tengo mucho que hacer. Los nadadores creen en el determinismo porque les consuela tener a quién echarle la culpa de sus pifiadas. Se equivocan. Nosotros nos limitamos a pedalear para que su mundo no se pare. Somos como el tic-tac de un reloj de pared con un carrusel de muñecos que entran y salen cada hora en punto. Son la genética y sus propias decisiones las que van marcando cada día de su existencia. Nosotros somos espectadores privilegiados que a veces hacemos apuestas para no aburrirnos, pero nada más.

Empiezo a aburrirme. Quién inventó la bicicleta estática debía de estar enfermo. He decidido cambiar el casco y la lanza por un gorro y unas aletas. Tal vez me entre el miedo escénico al sentirme observada, especialmente con estas pintas. Da igual, lo prefiero, por lo menos avanzaré, aunque sea despacito.

martes, 31 de enero de 2012

Martes de perros


Aquí estoy otra vez. No sé cuánto tiempo tardará la individua en darse cuenta de que he usurpado de nuevo su ordenador. Está intentando poner un poco de orden en la casa. Llevo toda la mañana asegurándome de que nada esté en su sitio para tenerla entretenida un buen rato.

Estos días ha estado actuando de una manera extraña. No mira teletipos ni escribe páginas para el periódico. Personalmente me alegro porque mi relación con la prensa nunca ha sido buena, especialmente con los periódicos enrollados. No duelen, pero interrumpen de golpe y porrazo mis periodos de actividad más productivos.

Algunas mañanas se va a un sitio que se llama INES o algo así. Debe de ser una discoteca nueva en la que ponen música rara de esa que le gusta, aunque a esa hora probablemente sea un 'after'.

Esa es otra, la música. Estoy empezando a hartarme de la música que me pone en el coche. El otro día me puso a Daniel Johnston y no estaba mal. Me gusta más sin arreglos. En uno de los viajes la hermana de la individua puso algunos temas de su Ipod. Tenía unos agudos de lo más armoniosos. Daniel aullaba y yo, ni corto ni perezoso, me puse a hacerle los coros. Se rieron un montón... No lo entiendo porque yo iba muy en serio. Que se ría, que se ría. Si la individua supiera cuánto me río yo cuando intenta cantar algo de Within Temptation cuando conduce... Es que me troncho, estoy por llamar a la MTV para que le pongan la cámara oculta esa que le ponen a los conductores que cantan.

Aún no he llamado a la MTV, pero ya le he creado un perfil en Facebook llamado "Señoras que escuchan a los Maiden cuando van al Mercadona". Es lo peor, está loca. Le he cogido cariño, sí, pero está como unas maracas.

Ve películas sin parar cuando tiene tiempo. Va de selectiva, pero yo la he visto haciendo posturitas delante de la tele cuando salen señores chinos que gritan y dan patadas todo el tiempo. Se queda mirando a la pantalla y dice: "Eso sí que es un caballo cuadrado". Está fatal, necesita gafas porque en la tele no hay ningún caballo, sino un señor chino con las piernas abiertas, los pies pegados al suelo y cara de haber comido pienso rancio.

Al menos lo de las películas tiene algo bueno. Conocí a mi novia en uno de sus viajes al videoclub. Esa es otra historia porque no me gusta hablar de mi vida privada, prefiero airear los trapos sucios de otros.

La verdad es que con esta tengo material de sobra. Es una ególatra. Desde que va al INES se dedica a repartir papeles con letras y su foto en una esquina. Sale fatal en las fotos - las de carné son especialmente terroríficas -, alguien debería decírselo, así que no entiendo ese empeño. Allá ella, hace mucho tiempo que dejé de intentar entender su comportamiento.

¡Uy, ahí viene! Aprovecharé que está limpiando la habitación para tirarme en el sofá ahora que no me ve. El otro día yendo de paseo nos encontramos con un señor que fue alcalde. Nos dijo que a muchos políticos se les ocurren las mejores ideas cuando pasean. Yo he decidido que si me viene una idea, mejor me tumbo al sol hasta que me pase, no sea que acabe de alcalde o algo peor.

martes, 13 de diciembre de 2011

Perreando




Me presento. Soy Kumo, al menos en este momento. Mi nombre cambia según a quien incordie. También respondo por Mazinger, Cabezón, Meónidas, Atila, Tinkerbell, Pestulfo y otros que ahora mismo no recuerdo. He decidido escribir unas letras para presentarme y animar un poco este blog ahora que la individua está echando una partida con la x-box. Está enganchada .



Llegué a esta casa como pude llegar a cualquier otra. La individua había ido al rastro de Sabinillas para buscar discos de segunda mano y alguna antigüedad de pega. Nunca se había planteado lo de meter a un perro en casa. Tan pronto como se le pasaba la idea por la cabeza se buscaba mil excusas para decirse "no" a sí misma...Hasta que vio a mi hermano en una caja.



La promiscuidad de mi madre y un descuido de su amo dio lugar a mi camada. El amo no quería nada de perreras y, al parecer, era poco amigo del genocidio, así que metió a mis hermanos en una caja de cartón y los llevó al rastro para buscar algún pringao que se hiciera cargo de ellos. Otro y yo nos quedamos en el banquillo. Esta pasó y cometió el error de coger a mi hermano en brazos. Fue un flechazo...Por parte de ella, claro, porque él andaba aún medio cegarruto y lo mismo le daba ocho que ochenta. La individua a veces no es tan inconsciente como parece, y en lugar de llevarse al chucho pidió el móvil al amo para pensárselo.



Llamó al día siguiente para preguntar por el perro negro. Lo habían dado. Vino a ver los dos que quedábamos con la esperanza de que fuésemos espantosos. La miré, hice mi caída de ojos especial e incliné la cabeza a un lado en señal de sumisión (es totalmente falso que se me descolgara sola porque era desproporcionada en relación a mi cuerpo, siempre he sido perfecto). Cayó a mis pies. Con el tiempo he ido descubriendo lo manipulable que puede llegar a ser.



Cuando salí al mundo causé sensación. No pesaba nada y esta me llevaba envuelto en un jersey que se ataba a la cintura para poder coger el móvil. Mientras me clavaba los huesos de la pelvis al caminar, comenzaba a tramar mi venganza. Notaba que los dientes estaban al llegar y entonces sería poderoso.



Me he ido adaptando. Podía ser peor. Como, duermo y me escudo en mi corta edad para hacer lo que me da la gana donde me da la gana. Soy un perro privilegiado. Tengo acceso a la información diaria en tiempo real. Sé lo que ocurre a mi alrededor, no como otros perros que no tienen elementos para formar sus propias opiniones. Mi opinión sobre Urdangarín me la reservo.



De todos modos, hay cosas que no entiendo. Me desconcierta esa obsesión por la fregona. Yo como, bebo y dejo que la naturaleza siga su curso. Cuando llega en momento, me siento ligeramente sobre las patas de atrás y pongo la cara de circunstancias que la situación requiere. Ella grita. No sé por qué, la cara se la he copiado, es como la que pone cuando escribe ese periódico en el que luego yo...En fin. Termino con la satisfacción del deber cumplido. La vida es dura: Mi obra nunca vive lo suficiente para que la contemple el mundo. La envidiosa esta llega corriendo con un trozo de papel en una mano y la fregona en la otra. Arte efímero lo llamo.



Me esfuerzo en cultivar mi personalidad. Es lo que nos queda a los que no tenemos raza ni nada que se le parezca. A veces la gente es cruel. La mismas vecinita que antes se mataba para achucharme ayer me miró y dijo: "ah, ha crecido". No te jode, y tú también, pero yo al menos tengo la delicadeza de no reprocharle a alguien aquello contra lo que no puede luchar.



La individua piensa que me estoy asalvajando. Ha comprado un libro de un tipo que sale en la tele. Es algo de educar a los perros. Lo he visto y me han dado escalofríos. No tienen bastante con esterilizar a los míos. Ahora quieren castrarnos psicológicamente. Me he dedicado en cuerpo y alma a impedir que lea esa abominación. Cuando ha llegado a la página "Mi perro muerde" he hecho la cobra y le he pegado al libro semejante bocado que casi me dejo la mandíbula. Prefiero la literatura rusa, la verdad. El otro día le metí un mordisco a 'El maestro y Margarita' y sabía mucho mejor. En cualquier caso, esto era una urgencia.



Mírala, ahí sigue, con el Batman Arkham City. Le estoy cogiendo el gusto a esto de escribir, pero lo dejo, no sea que esta se de cuenta y me ponga a montar páginas. Además, el libro no dice nada de "Tu perro usurpa tu blog", así que de vez en cuando me dejaré caer por aquí.




Nos vemos

martes, 31 de mayo de 2011

Los peligros de los deseos cumplidos

- "Hay más lágrimas por las plegarias no atendidas que por las atendidas"
(Santa Teresa de Jesús)

Mírala. Parece el negativo de un astronauta flotando en el espacio camino de un agujero negro. Así, sola y muerta, parece inofensiva. Nada que ver con el aspecto terrorífico de unos minutos antes, cuando invadió mi sala acompañada de su ejército negro. Cientos de hormigas aladas y de hormigas diminutas buscando un hueco para hacer su nido...Espeluznante. La compasión duró un segundo. "Que paguen el alquiler", pensé, "y si no, que mueran".

Suena drástico. Eran ellas o yo.

Todo empezó hace cosa de un mes. Creo que fue entonces cuando empecé a desear un juicio intermedio. Lo pedía todas las noches antes de acostarme. Quería que se acabara tanta injusticia. Un juicio final me parecía excesivo, sólo quería que toda la morralla que hay por el mundo pagara por sus crímenes. Quería un mundo sin mala gente. Semitabula Rasa. Borrón y cuenta nueva.

Quizá fui demasiado vehemente. Hace unos días los grifos de mi casa comenzaron a escupir agua roja. En mi ignorancia, lo atribuí a la limpieza del algibe. Ayer, al llegar a mi casa, encontré una horda de hormigas de comportamiento anómalo. Daban vueltas sin rumbo en el rincón que queda entre el mueble de los discos y la pared. Las pequeñas corrían enloquecidas. Las aladas daban vueltas sobre sí mismas, como freestylers con chándales de queratina. Después llegué a la conclusión de que estaban taradas por culpa de tanto azufre y tanto benceno en el aire. Más tarde lo vi claro: era la danza ritual de la segunda plaga.

¿Qué se hace con las plagas? Exterminarlas. No hay enemigo pequeño. El reparo que me da matar hormigas desapareció cuando recordé 'Cuando ruge la marabunta'. Un uso masivo de insecticida, dadas mis dimensiones y las de mi casa, entrañaba el riesgo de fulminarme a mí misma. Las artes marciales aquí tampoco valen. Afortunadamente, mi dilatada experiencia en batallas espaciales mando en mano me dio la solución. Recordé el lanzallamas del Dead Space. No tengo lanzallamas en casa, pero la vaporetta me hizo el avío.

Una vez dispersados los disturbios llegó la segunda fase. Admito que la idea no fue mía, sino de mi padre, un estratega nato que me ayudaba con la operación con el pijama de combate desde el otro lado del teléfono. "Bárrelas, júntalas al otro lado de la puerta y gaséalas con el insecticida".


Ahora no hay hormigas, pero me siento mal. Con tantas muertes sobre mi conciencia, creo que es mejor retrasar eso del juicio intermedio.