Era asidua en mi época de universidad. Juntaba lo que podía para comprar un disco a la semana (o cada dos, en época de sequía). Primero fueron los vinilos, luego llegaron los cedés. Tenía todo perfectamente organizado:
- Discos Pat: Metallica, Iron Maiden, Anthrax, Slayer, Motorhead, Barricada, Led Zeppelin, Leize, Skid Row, Misfits, Testament, Megadeth y cualquier cosa que llevase calaveras o melenas en la carátula.
- Candilejas: Fields of The Nephilim, Nick Cave, Siouxie, Jesus and Mary Chain, This Picture, The Mission, Sisters, los Smiths, Peter Murphy, Sonic Youth, Covenant y una lista interminable de todo lo que no encontraba en otros sitios.
Entonces apenas había internet y el mostrador de Candilejas era un mundo por descubrir. Allí aparecieron, como por arte de magia, los primeros discos de EBM y algunas ediciones raras de Einsturzende Neubauten. Fran y Alex hacían un pase de prestidigitador y, ¡voilá!.
Hablemos de Fran y Alex. José Antonio siempre andaba por allí, pero eran ellos dos los que siempre lidiaban conmigo y con mis gustos volubles. Ahora confieso que siempre envidié a Álex por ese cierto parecido con Blixa Bargeld en sus mejores tiempos. Fran, músico e ilustrador de talento para más señas, tenía el don de adelantarse a lo que ni siquiera yo sabía que quería.
Aguantaban con paciencia infinita la insistencia de quienes íbamos un día tras otro a preguntar si había llegado ya nuestro disco. Soportaron con estoicismo las embestidas de las hordas que les acosaban cuando se retrasaba la última edición limitada de 'Héroes del Silencio' cuando los maños melenudos estaban en pleno apogeo.
Cuando pienso en Candilejas siento en los dedos el cosquilleo que precede a una rápida pasada a los discos de las estanterías, empezando por la A y acabando por la Z; recorriendo a toda velocidad los territorios del pop, el rock, el heavy, el indie (que aún no se llamaba indie) y todo lo que se les pusiera a tiro. Primero fue el sonido sordo de los vinilos (zip-zip-zip), luego el correr atronador de los cedés (tac-tac-tac-tac) .
Me fui de Málaga. Encontré otras tiendas de discos, pero no acababa de sentirme como en casa. Ya se olía el principio de los nuevos tiempos y quienes estaban tras los mostradores, salvo los magníficos Antonio y Amparo de Diskpol, nunca se adelantaban a lo que les iba a pedir.
Más de 15 años después, volví a Candilejas una mañana. Allí estaba Álex, con el mismo aire a un joven Blixa Bargeld que, a diferencia del chico de la tienda de discos, sonreía más bien poco . Tras una charla rápida sobre la gira de Dead Can Dance, sacó otro de sus discos infalibles. No tenía demasiado que ver con lo que escuchaba hace años, pero, una vez más, acertó de lleno. Una pena no poder saludar a Fran, al que debo tantos descubrimientos musicales y momentos gratos.
Todo eso es lo que desaparecerá si cierra Candilejas. Hay sensaciones que son como plantas exóticas y necesitan un entorno adecuado para seguir viviendo. Sin lugares como Candilejas no hay espacio para la emoción de la búsqueda, ni del asombro ni de acelerar el paso para llegar pronto a casa y sacar el disco de la funda. Lo siento, pero para quienes vivimos aquella época, comprar por internet no es igual. Ojalá el cierre se convierta en mudanza. Yo me autoinvito desde ya a la reinaguración.